Mientras buscaba una corbata que acompañara mi vestuario, preparándome para asistir al “malón” del fin de semana, organizado esta vez por los compañeros de trabajo, interrumpió de pronto en mi dormitorio, mi amigo KiKo y me deja caer sin más: —Compadre, estamos invitados a casa de Damasco , quiere celebrarle el cumpleaños a Blanquita, su señora, y como es natural, quiere que no faltemos y agrega con toda naturalidad — total, al malón, por último, podemos llegar más tarde.
Ni a Kiko ni a Damasquito, podía permitirle el lujo de fallarles. Kiko además de considerarlo como mi hermano menor, era el hermano de la chiquilla dueña de todos mis pensamientos. Damasquino, uno de mis mejores y más leales amigos. Sin oponer resistencia, pues donde fuera Kiko, era probable que también asistiera ella, le dije: perfecto compa, nos falta si pensar en un presente, acorde con la situación. No te preocupes, Gloria nos tiene solucionado el problema. Un buen wisky a precio de costo, ¿te parece? además podemos dividirlo entre dos. Agregamos un bouquet de flores dije y dividimos, ¿estás de acuerdo?
Súper idea, pero apurémonos para alcanzar un florista.
Apuré mi vestuario y salimos dispuestos a adquirir los bienes, que mostrarían nuestro cariño por nuestro querido amigo común Damasquino y el afecto por su familia. ¿Quiénes son los otros invitados?, agregué, con la esperanza que ella, formara parte del grupo. Desconozco, en realidad los otros invitados, me dijo sin advertir mi contrariada y pasajera reacción.
Apuramos el paso ya con la bota de wisky y el bouquet en las manos. Tocamos la puerta y casi de inmediato, quedamos incorporados al ambiente festivo. La suegra de Damasco se apoderó del wisky y el bouquet fue a dar a tus manos, dejándome paralizado en esos ojos verdes cristalinos que me miraban detrás de un rubor sorprendido. Imagino ¿son para Blanquita, la festejada? dijiste saliendo del primer asombro. Ya no estoy muy seguro pensé en mis adentros, agregando en un hilo de voz… si exactamente. Blanquita llena de cariño y buen humor, se presentó ante nosotros, miró las flores que dejó en las manos de la chica de los ojos verdes y peleó la propiedad de la botella de wisky con su madre. Su gesto, dejó comprometido mi corazón, esa noche de San Valentín.
Carmencita, donde estés, recibe todo el cariño de ése tu recuerdo, que me hizo olvidar un malón organizado y a ella, la hermana de Kiko ese día de San Valentín.
II
Pasó el tiempo y con ellos el aroma salino de los cerros de Valparaíso. Enredé en mis maletas el verdor de tus ojos, escondí tu nombre en un papel y dejé un beso escondido en el patio de tu casa. La sombra de un parrón y el estrellado cielo fueron cómplices melancólicos de un instante fugaz y sin embargo, tan cierto.
El deber, nos llamaba. Las tareas seguían en el gran Santiago y mis realidades volvían mis ojos a ella, la dueña de mis suspiros. Allí, en el pequeño bus que nos traía de vuelta a la capital, al trabajo, a las alegrías y a los llantos tan nuestros.
Entre el aroma salino de los pinos marinos y los últimos perfumes de los aromos, nos fuimos despidiendo de esas costas doradas de sol y de tus ojitos verdes…
Mientras me iba recuperando de tu hechizo, el roce de las manos de Pilar me despertaron deliciosamente del arrullo de las olas y del encanto del mar. Apoyaste tu cabecita en mi hombro y te permití soñar tu propia historia veraniega.
Éramos amigos, entonces bien pudo ocurrirte una fugaz historia como la mía. Y tenías todo el derecho. Además si la soñabas en mi hombro, le entregaba una sensación de dulce confianza.
Supe que las flores que dejé enredada en sus manos, duraron un poco más de lo normal, le había entregado un cuidado muy especial. En todo caso duraron mucho más que la botella de wisky.
Mientras Pilar dormía plácidamente a mi lado, no había notado la rosa roja que adornaba su pelo, Kiko me miraba y se reía.
La vida siguió su curso, entre sus ojos verdes y mi querida Pilar.
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PD/ Blanquita quiso recuperar sus flores al día siguiente, pero se percató que ya había perdido su propiedad e incluso intuyó que mis intenciones se habían quedado enredadas en las manos de Carmencita.
III
Bueno, ¿qué puedo hacer con estos recuerdos? ojitos verdes. Sino que fundirme en la arena de mis playas calcinadas con mi ausencia. De mis cerros salinos perfumados aún de tu recuerdo. De esa mano que sin decir nada, al rozarme en su despedida, fue un glosario de luces que aún vagan incandescentes por mis novedosas canas.
Ojitos verdes, ¿acaso quisiste ser más que sólo un recuerdo veraniego? O, simplemente, como el hechizo de sólo un beso, ¿vienes adornar, acaso, todos estos recuerdos que florecen en mi alma aquí ya tan lejos en tiempos y distancias?
¡OH! Carmencita, nunca supiste de Pilar, ella sigue hasta hoy siendo únicamente mi amiga. Mi amor fue por mucho tiempo, casi diez años, platónico y nunca perdió su pureza ni su encanto.
Hoy, cuarenta años más tarde, recorro el tiempo, en busca de una caricia antigua. Pero también, como en los sueños, mi alma se viste de faldas multicolores y los nombres se columbran y desfilan como un eco de glorias, de reminiscencias imprecisas en la naturaleza de mi corazón enamorado.
Entonces de pronto te llamo Eliana, pero sin tus ojos verdes te pareces a María Elena, y su beso me emociona, me emociona ese de improviso con que te apoderaste de mis labios y me deje besar. Quizá vuelva esa cita, con un poquillo de malicia, en que el cuerpo de Leonor por fin daría sabor de mujer a mis labios.
En este torbellino de sentimientos que atropellan mi ocaso, quiero dejar estampado este beso, simplemente al amor y a todos mis recuerdos.
©monsieurjames
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