Continuación
Pedro, que llevaba en brazos a Dani, dudó en seguir caminando por el pasillo alfombrado, pero al ver que uno de los hombres les seguía con la silla de ruedas, continuó hacia la puerta de cristales iluminados.
Las risas de Cris y Leo amortiguaban la inquietud que había nacido en ambos muchachos.
Abrió la puerta y pasaron a un salón decorado al más puro estilo victoriano, de cuyo alto y barroco techo colgaban dos lámparas de araña con miles de cristales biselados que difundían luz ambarina, desvelando pinturas de caza y retratos de personas ataviadas según finales del XIX.
Una mesa alargada dispuesta para varios comensales estaba situada a poca distancia de una de las cuatro paredes que formaban el amplio comedor.
Dos camareros con esmoquin situados de espaldas a la pared más próxima a la mesa, inclinaron respetuosamente sus cabezas al verlos. Uno de ellos les indicó las sillas que debían ocupar.
Estaban anonadados.
Pedro pidió unos cojines para su hermano y miró hacia la puerta de cristales, por donde entraban las chicas.
El camarero retiró las sillas situadas frente a los hermanos y allí tomaron asiento Cris y Leo.
Quedaron en silencio, la presencia de los camareros inhibía la locuacidad de Pedro y no se atrevía a articular palabra.
Dani rompió el silencio al preguntar a Leo si conocía aquel restaurante o lo que fuera.
A lo que respondió: “Es la primera vez que estoy aquí. Cris sí lo conoce y me estaba contando en el pasillo que la última vez que vino a comer, la comida fue espectacular”.
-- He comido solo una vez, a decir verdad, pero me divertí a rabiar. ¡Ah! y la comida de ensueño.
Dani levantó la mano y un camarero acudió presto a atenderle. “¿Qué desea el señor? “
-- Quiero tener mi silla de ruedas junto a mí. Por favor, haga que me la traigan.
-- Ahora mismo, señor.
Salió y al poco entró seguido por uno de los que ayudaron a sacar del coche la silla empujándola. La dejó junto a su dueño y se retiró.
La conversación se había animado entre los cuatro.
Un camarero, entrando con un carrito lleno de platos humeantes y varias botellas de vino, se aproximó a Pedro y destapando el corcho que previamente había extraído en la cocina...: “Crianza del ’96, señor. Es de nuestra querida Rioja. Un vino grande en boca y de leve sabor afrutado. Ideal para carnes rojas, señor.”
Después de probarlo asintió y todos menos Dani llenaron sus copas del rico caldo riojano.
Hendel inundó la estancia sin a penas hacerse notar.
Pedro, preocupado por el montante de la cena, pidió a uno de los camareros la carta de la casa. Vio que los precios eran asequibles y que se cobraba por cena completa de dos, cuatro o seis personas. Los entrantes iniciales los regalaba la casa. Eran los que llevaba sobre el carrito con mantel blanco.
El pato trufado daba paso al coctail de marisco y este a la pasta trufada de anchoas. Las gambas con piña y el jamón en pasta dieron el toque al primer repaso de entrantes.
Los chascarrillos y las risas fueron ganando terreno a las palabras acomodadas a tan egregia estancia. El vino rodó de copa en copa hasta que el camarero trajo la siguiente botella ya descorchada.
Dani reía con los demás pero no se le escapó el detalle de la botella descorchada. Estaba alerta. No se encontraba a gusto en el local aunque todo pareciera de ensueño.
Le dijo al oído a su hermano que no bebiese de aquella botella, mientras reían las chicas.
Pedro hizo caso a su hermano y pidió al camarero cerveza.
-- Disculpe el señor, pero con el solomillo de vaca no parece que sea lo más adecuado. Este vino le dará el complemento gustativo perfecto a la carne. Hágame caso, señor. No se arrepentirá.
-- Es que me muero por una cerveza, amigo. No llego a ese punto de sibaritismo que usted me plantea.
Le trajo la cerveza y las chicas bebieron del vino. Los tres, excepto Dani, acabaron la cena con una alegría exagerada.
Cris propuso pasar a la habitación de la música. Allí podrían estar juntos, solos y bailar o estar sentados en grandes sofás.
Los que no tenían merma física se levantaron y corrieron hacia la salida del comedor, no sin antes haber puesto a Dani sobre su silla. Este quedó un poco rezagado cuando los otros ya habían entrado al salón musical.
Unas manos enormes se apoderaron de la boca y del mando de la silla desde atrás.
Su pequeña y débil anatomía no podía defenderse de aquel energúmeno que le llevaba por corredores hasta introducirlo en una habitación a oscuras y taparle la boca con una tela. Loa brazos se los sujetó con cinta adhesiva a los apoyabrazos de la silla.
Unos ojos inquietos vieron la entrada de Dani en aquel recinto oscuro a través de un agujero en la pared situado tras el cristal de una acuarela. Portaba anteojos militares de rayos ultravioleta para seguir atentamente cualquier gesto del secuestrado.
Una pantalla en la pared se iluminó en blanco unos segundos hasta que comenzaron a pasar imágenes. Dani reconoció inmediatamente los personajes de aquella endiablada historia, eran su hermano, Cris, Leo y él en las habitaciones del hotel desde que se separaron las parejas. La cámara fija en ambas imágenes paralelas captó todo lo relativo a los momentos más íntimos de los cuatro, inolvidables para él.
Inmediatamente comprendió la situación, sin embargo su corazón sangraba.
Continuará
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