Jubilados
Era lunes. Su primer día de jubilado. “Siempre soñé con este momento. Estar tranquilo en la plaza, alimentando a las palomas, sin preocupaciones. Olvidando los recuerdos olvidables. Gastando el tiempo que no sabré ocupar”, pensaba. El viejo, sentado en una de las bancas de la plaza, comienza a arrojar migajas de pan al suelo, y rápidamente algunas famélicas palomas interrumpen sus desorientados vuelos y descienden, torpes, en busca del alimento. En muy pocos segundos está repleto de ellas. Comienzan a enfrentarse, chocando sus frágiles cuerpos y malhiriéndose, cada cual apoderándose de los minúsculos trozos de pan que podía, todas aleteando al mismo tiempo, a veces una lograba coger alguna migaja y otra ave, igual de desesperada, se la arrebataba y se apartaba del grupo para comérsela con bruscos picotazos. El hambre era mucha. El viejo suspira y agacha la cabeza. Sonríe con nostalgia. Como quien ha encontrado algo que jamás previó hallar. La jauría de palomas dementes sigue combatiendo para menguar el hambre, el alimento se debe haber acabado, tienen ahora más motivos para enfrentarse, pues no alcanzó para todas. Al viejo le vuelven a crujir los huesos mientras se pone de pie y, con la lentitud y el agobio propios del jubilado, camina alejándose de la plaza y cruza la calle. Momentos después, se ubica al final de una prolongada fila de viejos y viejas que aguardan recibir sus propias migajas, retazos de otras batallas que no destruyeron plumas ni alas, pero que fueron por el mismo pan.
J.O.O.
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