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Gente en miniatura (o los niños solitarios)

El cuadro mostraba una casa. La casa era cuadrada, color ciruela, con el techo ligeramente inclinado. Tenía cuatro ventanas, dos arriba y dos abajo, con las luces encendidas y las cortinas abiertas. Es de noche. El cielo está estrellado pero no hay luna, por lo que la luz amarilla brilla. La casa no tiene puerta, nota Carlota, ni chimenea. Pareciese que tampoco tiene profundidad, se ve plana, parece sólo una fachada. Eso, el cuadro es una fachada y no una casa. Aun así, las ventanas siguen llamando la atención de Carlota, no porque fuesen algo inusual, pues todas las casas tienen ventanas, sino porque de día las luces se apagan, y de noche se prenden. A veces pareciese incluso que alguien se pasea por las habitaciones de arriba. O alguienes, porque a veces son dos, o a veces hay alguien arriba y alguien abajo. De seguro hay una escalera por donde suben y bajan, como en todas las casas de dos pisos. O quizás hay dos escaleras, una para subir y otra para bajar, para mayor comodidad y evitar accidentes indeseados. Tampoco hay balcones. La casa color ciruela en medio del papel con cuatro ventanas con luces que se prenden y apagan según sea de día o de noche, con un cielo estrellado y una flor con un tallo enorme y pétalos pequeños en una esquina de la pintura. El techo es café claro. El cielo es azul oscuro. Las estrellas son puntillos blancos que se agrandan a veces y se achican otras. La verdad es que Carlota albergaba la secreta esperanza de que, así como se apagan las luces de día, se escondieran las estrellas y saliera el sol. Pero no. Tan sólo se apagan las luces.

Carlota mira por las ventanas. No ve nada adentro, sólo amarillo. Entonces da media vuelta y mira por la ventana hacía su calle, y no ve nada, salvo el pasto, y una florcilla a un lado. Entonces piensa que si la casa color ciruela tuviera puerta podría tocar y preguntar quienes son los que se pasean por las habitaciones y si hay una o dos escaleras. Preguntar quién apaga las luces y si hay alguien que quiera jugar con ella, porque no tiene hermanos y se aburre sola. Necesita alguien con quien conversar, porque su mamá llega muy tarde del trabajo y no tiene tiempo, pero no es culpa suya. Carlota sólo quiere saber quién apaga las luces en la casa, y su madre, cansada, siempre le responde:
nadie, Carlota, nadie apaga las luces,
ahora vete a dormir
que mañana hay que ir al Jardín. Entonces en un principio Carlota pensó que su madre sabía quién estaba adentro, y que efectivamente Nadie apagaba las luces. Pero después se dio cuenta que su madre no sabía que alguien apagaba las luces porque nunca miraba el cuadro (por lo que tampoco podía saber quién lo hacía), porque nunca estaba en casa, y porque nunca la escuchaba cuando se lo quería decir. Jamás logró explicarle lo de las ventanas y las luces y la gente en miniatura del cuadro porque nunca pudo decir nada, sólo alcanzaba a decir hola mamá, buenas noches.

En la casa del frente vivía Gaspar. Gaspar nota que en la casa del frente, las luces se apagaban de día y se prendían de noche, como en todas las casas. A veces veía gente en el segundo piso, a veces también en el primero, por entre las ventanas. Calculaba que la escalera debía de estar en medio de la casa, entre las dos ventanas de abajo, y que llegaba al medio de las dos ventanas de arriba. Debía de ser una escalera pequeña, porque las sombras siempre eran pequeñas. Un día de esos iría también y plantaría un árbol en el antejardín, porque sólo había una pequeña flor de gran tallo y pétalos chiquitos, y se veía muy sola. La miraba, pensaba en lo solitaria que debía de sentirse la flor, y decidió que alguien debería hacerle compañía. A lo mejor él. A lo mejor un día que no tuviese que ir al colegio cruzaría la calle y plantaría un árbol, porque así tendría tiempo de hacer el hoyo, de poner el arbolito, de tapar el hoyo, de regarlo y esperar que se asentara la tierra para que ningún animalillo ocioso lo arrancase, fruto de algún descuido o simplemente por jugar; porque los animalillos, especialmente los cachorritos, también juegan, como los niños, o al menos como deberían jugar los niños. Gaspar no jugaba porque no tenía con quién. No tenía hermanos y sus papás volvían del trabajo cuando él ya estaba durmiendo. Entonces pensaba también que un día de esos iría a la casa del frente, tocaría la puerta y preguntaría si alguien quería jugar con él, porque yo no tengo hermanos, diría, y diría también que estaba dispuesto a ser indio y no vaquero con tal de jugar. Pero ocurría que Gaspar nunca había visto la puerta de la casa del frente, a lo mejor estaba por el costado. A lo mejor, si no había puerta, golpearía la ventana.

Por lo general, Carlota miraba por las ventanas, por las del cuadro y por las de su casa. No pudo ver en ningún momento a la gentecilla de la casa color ciruela, y tampoco pudo ver a nadie en la casa del frente que tenía un par de grandes ventanas con las cortinas abiertas de par en par. A veces creía ver una pequeña cabeza que asomaba por el borde de una de las ventanas de abajo, a veces por una de las ventanas de arriba, y a veces también, (sí, también) le parecía que alguien cruzaba las habitaciones del segundo piso ( lo veía por entre las dos ventanas), bajaba las escaleras (que no sabía dónde estaba) y se asomaba por alguna de las dos ventanas de abajo. Talvez había allí alguien que pudiese acompañarla a mirar la pintura y descubrir juntos quién apagaba las luces de la casa color ciruela. A lo mejor, si uno miraba por las ventanas de arriba y otro por las de abajo, lo descubrirían... no, en realidad no, para eso se necesitaban cuatro personas (una que mirase por cada ventana) y eso era mucha gente, no había donde conseguir tanta gente porque por ahí nunca había nadie. De partida, su mamá no querría porque siempre estaba cansada. Entonces era mejor mirar uno por la ventana de abajo, y otro por la ventana de arriba, y dejar las otras dos ventanas vacías. Ya vería como arreglar el problema de las ventanas abandonadas.

Un día, Carlota sorprendió a Gaspar mirando por la ventana. Ella estaba en el primer piso, justo en la ventana que está al lado de la flor. Gaspar también estaba en la ventana de su casa que apuntaba hacia la florcilla. Carlota le sonrió desde su casa y agitó la mano, saludándolo con una amplia sonrisa. Gaspar también saludó feliz, pues ahora tendría con quien jugar y no tendría que ser indio y podría ser vaquero. Carlota estaba feliz porque por fin alguien le ayudaría a saber quién apagaba las luces de la casa color ciruela. Ya no estarían solos. Gaspar se preguntó entonces cómo lo haría aquella niñita para salir, si la casa no tenía puerta. Carlota observó bien y se dio cuenta de que la puerta de la casa del frente estaba por el costado, un poco ladeada. ¿Tendría que ponerse de costado aquel niño para pasar por la puerta ladeada y salir de la casa? Entonces se le ocurrió que si tomaba el cuadro, lo ponía boca abajo y lo ladeaba, la personilla de la casa color ciruela caería por la ventana abierta y así la vería y sabría quién apagaba las luces. Gaspar, al otro lado de la calle, pensaba que talvez la niñita salía por la ventana. Todo estaba entonces ya solucionado: mañana iría a la casa del frente a jugar con la niñita, y Carlota se dio media vuelta y volvió a mirar el cuadro, a ver si, por ultima vez, lograba descubrir quién prendía y apagaba las luces. Ese día Gaspar no pudo acostarse temprano como hacía siempre, de pura felicidad, y vio a sus papás antes de caer dormido. Carlota, por su parte, no le preguntó a su mamá, como hacía siempre, quién apagaba y prendía las luces.

En mitad de la noche hubo un fuerte remezón. La tierra crujió, se estiró, despertó de un largo letargo y sacudió todo. Carlota despertó asustada, mientras su madre la tomaba de un brazo y bajaba raudamente las escaleras, sin prender las luces, y salía a la calle. La tierra se estremecía y Carlota estaba asustada porque no sabía si la gente en miniatura de la casa color ciruela alcanzaría a escapar del temblor. Gaspar, que recién se había dormido y soñaba que capturaba muchos indios, se vio tomado en vilo por su papá, que bajó presuroso las escaleras junto con su mamá y salieron también a la calle. La tierra rugía. El suelo saltó como una langosta, las estrellas se achicaban y agrandaban, la flor seguía intacta y las casas bailaban al compás de la música que provenía de las profundidades. Afuera, Gaspar se preguntaba por dónde habían salido la niñita y su mamá (porque la casa no tenía puerta) y Carlota se preguntaba cómo lo había hecho ese señor tan grande para doblarse y salir por la puerta (porque estaba ladeada). Después de unos minutos, el temblor pasó y Carlota debió volver a su casa y a su cama. Gaspar también. En la calle, se hicieron adiós con la mano, pues ya se verían al día siguiente.

Iba subiendo las escaleras camino a su cuarto, cuando Carlota recordó el cuadro de la casa color ciruela y las ventanas que se prendían y apagaban. Corrió de vuelta al primer piso, hacia la pared en donde estaba el cuadro, y lo vio en el suelo, partido por la mitad. Se agachó, lo tomo y lo miró. Las luces estaban apagadas, y el cuadro se había roto justo sobre una de las ventanas del primer piso. Miró por detrás del cuadro, por entre el marco quebrado, por el lado de las ventanas, dio vuelta todo el cuadro y no vio a nadie. Ya no sabría nunca quién prendía y apagaba las luces, pero se alegró igual. “Menos mal, pensó, que la gente en miniatura alcanzó a escapar... escaparon por la ventana rota... y menos mal que se rompió la ventana, porque la casa no tiene puerta”.

Texto agregado el 22-03-2006, y leído por 197 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
05-02-2008 Todas las estrellas para tí y a tu alma on-line
 
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