Salió de su casa de madrugada cuando el diablo se apoderó de su alma. Ya no era él, era un deseo, imágenes enroscadas en su alma que lo empujaban hacia el sendero del pecado, de lo prohibido. Subió al coche sintiéndose como un chico de veinte cuando tenía cerca al triple. Aceleró y antes de llegar a la esquina la vio... Sí, se dijo. Era ella. Detuvo el auto, bajó y como un poseso, escuchando las voces de su juventud fue tras los pasos de ella.
Un hombre con un niño salía de una tienda. Aun era temprano. Su esposa y madre de su hijo estaban a diez pasos de ellos cuando vio a un tipo de más de cuarenta años acercarse a ella, cogiéndola de los brazos y besarla sin parar... No podía creerlo, pero era cierto cuando escuchó los gritos de su esposa.
Oh dios, se dijo el hombre mientras la besaba y empezaba a desnudarla en plena calle. ¡Aún te amo!, continuó diciéndole, cuando sintió un garrotazo en la cabeza y como si cayera hacia el fondo de una cama de plumas empezó a dormirse como un niño...
Toda la gente del vecindario llegó y vieron a un hombre con un palo en las manos encostrados de sangre y a un hombre caído en el suelo con los sesos que brotaban con una lata de espárragos, y a una mujer medio desgarrada por la ropas que no dejaba de llorar, tapándose el rostro ante una realidad, un miedo, una pesadilla hecha realidad... Al poco rato llegó la policía, cogiendo al hombre mientras su esposa cogía al niño de ambos y, sin dejar de llorar, pedía perdón al hombre por los hechos consumados...
Cuando toda la gente desapareció de la escena, en una de las casas de aquella vecindad una madre llamaba a su hijo de más de cuarenta años al trabajo para indicarle que no olvidara de ir a la iglesia y rezar por todos los pecadores antes de regresar a la casa...
San isidro, marzo del 2006
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