Era una tarde cualquiera de invierno...una tarde vacía...llena de nada, un paseo rutinario para olvidar aquello que no recordaba. Mis pisadas se desvanecían entre el sonido de las gotas al caer sobre el asfalto, pisaba los charcos...no dejaba huella, no existía, no era nadie. Caminé entre calles sin buscar nada, esperando a que aquello me encontrase.
Y como siempre, aquello yo llegaba, no era nada, no era nadie.
Pasaron las horas, la humedad y el frío me calaban hasta los huesos. Las manos congeladas, un ligero temblor de labios, una gota de lluvia recorriendo mi mejilla.
La añoranza de lo pasado.
No me detuve, detenerse significa pensar, y precisamente eso era lo que quería evitar, miles de recuerdos se venían a mi mente... yo los intentaba ignorar. Era mentirme, engañarme, pero así era yo.
Tras horas de vagar entre calles y avenidas, llegué a los lindes de la ciudad, nada importante, un simple abismo, la sensación de lo desamparado.
Tal vez eso lo hacía tan acogedor, el saber que era el único observando aquella puesta de sol inexistente... un cielo cubierto de nubes grises, frías y amenazador, pero un atardecer. Jamás vi ponerse el sol aquella tarde, para mi siempre era de noche y me tumbe a observar las estellas...tampoco las pude hallar.
Retome mi paseo y decidí volver a casa, a paso tranquilo, no tenía prisa, nadie me esperaba, nadie se preocupaba por mí, al fin y al cabo uno acaba acostumbrándose a ser una simple pincelada en un lienzo repleto de colores.
Me aparte del camino y decidí meterme por unos callejones, al final una vieja casa en obras, semi-derruida por el paso del tiempo, nada más lejos a la realidad de mi corazón.
El barro había ensuciado mis pantalones, los zapatos habían tornado de color y mis manos ya se habían vuelto moradas, estaba muerto de frío.
Me dejé caer en un banco, oxidado por el paso del tiempo, abandonado. Mis lágrimas acompañaron a las gotas de lluvia al caer, por lo menos ellas habían encontrado compañera. Las manos sujetando mi cabeza, mirada al suelo, desvanecida entre charcos y pensamientos.
Soplaba el viento entre los árboles al fondo, en la avenida, no los veía, no hacía falta, pero sabía que estaban ahí, inertes a la tormenta. Aquí, a mi lado, sin embargo la vegetación abundaba por su ausencia, recorrí con la vista, encontré una flor, ahogándose en un charco de lágrimas y barro, ya había muerto, total, ¿quién se preocupó por ella?
Se me nublaba la vista, el frío se había convertido en mi única compañía, y los escalofríos recorrían mi cuerpo cada vez con más frecuencia.
No me quitaba su imagen de la cabeza, sabía que no me la iba a quitar por más que lo intentase, ella siempre iba a estar ahí, rondado mis pensamientos, mis recuerdos...
Volvió a soplar el viento, esta vez con más fuerza, a lo lejos un rayo, la luz ilumino aquel crepúsculo, fue entonces cuando me di cuenta de que no estaba sólo, recuerdo con exactitud aquella primera impresión, no se decir con certeza cuanto tiempo habría estado ahí, ella observándome... o si acaso había notado mi presencia, pero nuestras miradas se cruzaron, acompañando a aquel rayo y penetrando en la tierra.
Esta vez el temblor fue mayor, mi mirada seguía contemplando perplejo el lugar donde ella estaba, aunque ya no la veía, la oscuridad volvió a inundar aquel callejón. Seguí con la perspectiva concentrada en aquel punto de la pared en la que ella estaba apoyada, no oí señales de movimiento, ni un suspiro, simplemente el silencio...ahora el también estaba sentado a mi lado.
Unos segundos más tarde, una mano acarició mi pelo, levante la cabeza, otro rayo de fondo, vi su cara. Era rubia, de ojos verdes y pelo rizado, ligero maquillaje en las pestañas, que con la lluvia o las lágrimas, ¿quién sabe?, se había corrido, sus mejillas sonrojadas. Rompió el silencio, un simple hola...
|