Supuse que lo mejor seria mudarla a la cama, aunque todas las veces que lo intenté, con solo rozar su piel ya abría los ojos y comenzaba a balbucear palabras, casi susurros, o alguna de las veces con solo acercarme a dos pasos, comienza con su parpadeo cariñoso, pero despierta.
Será difícil recogerla en mis brazos, pues siempre que se queda dormida en el sillón adopta esa pose entre fetal y cargamento de rosas, usando de eje el aura que siempre emana de ella. Puede verse a lo lejos, pero al acercarse se pierde y parece meterse en uno, hasta creer que ella toda te absorberá y pasarás a ser parte de ella, como ahora lo soy yo.
Despierte o no, amo abrazarla y trasportarla, solo para sentir su piel y creer volar con ella hasta el cuarto y al nirvana.
Tan dormida y descalza, y aquí yo, dudando en si tocarla o dejarla allí hasta la mañana, pero no, quiero hacerlo, y cada vez que quiero me abruma la estupida duda, y tardo en decidirlo, pero lo hago, siempre lo hago. Espero no se. Cuando la apoyo sobre la cama, balancea sus brazos, quizá buscando mi rostro para besarme e invitarme a dormir con ella, pero solo el esfuerzo la agota y vuelve a dormir, tan suave, tan felina. Aunque luego crea que soy un tonto, me voy con la línea de la sonrisa corrida, entre picaresca y tensionada, y reposo en mi cama hasta que el cielorraso me gana y cae sobre mí para inducirme en sueños, y me duermo balbuceando sus susurros y creyendo que es un saludo de buenas noches para mi.
Me gustaría besarla en ese momento en que esta soñolienta, pero el valor de mis labios nunca llego tan lejos, y me conformo con verla descalza, comenzando a dormirse, mientras sus felinos ojos se van apagando. Mientras mantiene su mirada en los míos.