Sintió como su carne se desgarraba bajo la presión del acero, como el puñal penetraba milímetro a milímetro en su pecho, abriendo sin remisión un cauce para que manase la sangre. El rojo líquido fluyó tímido al principio, con miedo a estar siguiendo un falso camino, acariciando suave la desnuda piel para enseguida inundar rotundamente sus poros, convirtiéndose en un furioso río cuando el arma desanduvo su camino y como compuerta abierta de un pantano liberó al corazón de su contenido.
Sintió como su vida manaba, como cada segundo se iba transformado en gota de aquella riada púrpura. Sus ojos se voltearon hacia dentro intentando inútilmente ver como la vida se iba, su garganta y sus pulmones se abrían y contraían al máximo procurando en vano retener el aire que eran incapaces de capturar.
Sintió como su mente se vaciaba de todo recuerdo, como sus neuronas agonizantes concentraban toda su energía en que la muerte no llegase a su meta, pero una a una se fueron apagando derrotadas. Los músculos incapaces de aguantar su esqueleto cayeron inertes al suelo cuya frialdad ya no sintió su cuerpo.
Sintió como moría, que más daba donde, cuando y porqué, todo había acabado, ya nada importaba.