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FUEGO, SOMBRAY SOMBRA

Estás sentado frente a tu computador con veintisiete centímetros separándote de la ventana. No quieres mirar. No quieres mirar pero sabes que está ahí. Al otro lado del cristal, con su mirada clavada en tu perfil se alza la silueta negra de siempre. No necesitas mirar. Conoces a la perfección su sempiterna ausencia de detalles, su falta de rasgos, la innombrable sombra. Sabes que lo único que encontrarás de voltear los ojos será la mirada de esas dos brasas rojas engarzadas en la noche, en una oscuridad más negra que el éter difuso que entrega la nocturna incertidumbre a lo real. Te niegas a mirar, te resistes. Mirar sería estar vencido, aceptar que el miedo existe y que te ha invadido.

Pero el miedo existe. Su mirada posada en ti. Ya comienza a apoderarse de tu cuerpo. El miedo se materializa primero en un pequeño temblor de los vellos de tu brazo izquierdo. Luego comienza a avanzar por él como un entumecimiento. El frío nace de tus huesos y comienza a abrirse paso hasta el aire que respiras entrando en el ciclo vicioso del terror, que avanza agarrotando ahora tu pecho y tu cuello, dejando paralíticas las piernas mientras él ahí sigue clavándote su omnipresente mirada en tus ojos negados, que florecen de nieves teñidas en sangre. Tus piernas ya son de otro. Y piensas que no mirarás, que se irá pronto, se aburrirá de ese juego de mirarte y paralizar tu corazón. El fuego titila y te llama. No miras, esperando despertar a un día de sol sabiendo que tal vez hoy sí entre y no veas otra estrella matutina. Sabes que si quisiera estiraría su brazo, su seudópodo de ígnea lejanía para atravesar esa ventana y rozar apenas tu cara. Extinguirte.

Pero no lo miras.
Hay otra ventana. Hay más noche frente a ti y por delante de ti.

El toma la iniciativa, se mueve hasta la ventana frente a tus ojos. Más lejos, más centímetros, pero ahora solo existe la pureza de la línea recta que con acero une tus ojos y sus rubíes malignos por sobre tu monitor. Es imposible escapar al magnetismo, la inercia, el misterio, la condena. Aunque no quieres ya solo lo ves a él, recortándose sombra sobre sombra, eterna, terminada, perfecta. Te llena y estás vacío. El miedo que sale de su boca es el aire, es tu ventana, es tus pulmones y se vuelve un frío en tus ojos, la parálisis facial completa, un témpano que se va derritiendo y extendiendo por tu cara. Baja hasta tu pecho para crecer y estrangularte. Pero vives. Lates. Sobre todo lates sin motivo. El te sigue observando, tú lo observas y recuerdas. Recuerdas las noches de tu niñez, la misma parálisis y la misma muerte. Y te encanta.

Decides no mirar más, decides seguir jugando. Quieres acostarte de placer y sentir, regalarle tu cabeza, darle la espalda. Sentir, vivir, morir. Te acuestas y simulas la eternidad, te acomodas, tibio cadáver, y apagas la luz. En la oscuridad sientes la invasión en tu cabeza y lo ajeno se distribuye lentamente hasta tus pies. Sabes que es un respirar. Sabes que él está a tu puerta y sin llamar, llama. Cuando quiera entrará y se quedará velando tu sueño,de pie, junto a tu lecho. Velando, con sus ojos de brasa ardiendo, sin decir palabra, llenándote de terror, de miedo, de células ladrando, aullando. Sonriendo. Gritando.

Es tu fantasma. ¿Dónde están los otros?.

Es el ángel de la Guarda.
Es el ángel de la Muerte.
Lo amas, te encanta.
Eres tú.

Texto agregado el 21-03-2006, y leído por 143 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-03-2006 Me encantan tus palabras... Me gustan las frases cortas. Le dan una sensación de rapidez. Buen ritmo. El final está muy bien. Ahora es toda una reflexión de nosotros mismos. Me encanta eso, me hacés pensar. Aniuxa
21-03-2006 Muy buen escrito! Captura su siniestro clima nitidamente dibujado. Mis ***** Cris Lancy_
 
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