Zumba en el oído el aire violento que desespera por mi aliento, que da vida a los grillos en el yuyero, que da brisa y escalofrío.
Rozan mis huesos con tus huesos. Los peldaños se evaporan a cada paso, no hay vuelta atrás y no hay retraso, sino caeré con los escalones, manoteando el aire por no morir, gritando auxilio a la nada, en el medio de la nada.
Así me enfurezco, me doy prisa y adrenalina. Así me convierto en hijo del riesgo, así tiene dinámica la risa. Así padecen el llanto los que viven en los apartamentos.
Se quejan las vecinas por el goce brutal de nuestros cuerpos en constante colisión sexual.
Y yo las maldigo por no aprovechar la vida, o aunque sea, por no alegrarse por los que la saben aprovechar.
Así es el apartamento, por eso vivo en los balcones, donde zumba el viento, donde me alzan los barandales, donde me convence la caída a arrojarme de ellos.
Y ya en el pavimento las vecinas gozarán por mi cuerpo hecho trizas, se alegrarán. Y yo podría darles la felicidad por mi vida.
Pero, ¿qué será del ascensor, de los escalones, y de las vecinas?, ¿qué será de los botones, de los timbres y de los balcones, al otro día?.
¿Quién se quejará porque sigo existiendo?