Del alboroto de las sábanas resucitó el adolescente, la migraña y el aliento cariado y destruido.
De la prolijidad nació la vieja vecina. El mantel, los vasos sucios, la paja de la escoba desgastada.
Del sueño creció la luz.... El rayito molesto que entra por la ventana.
Entonces, luego, la vieja raspa el asfalto cansado de su escoba. El adolescente putea a la noche que no continua, y al mísero rayito que le calienta la cabeza de bicho universal.
Del escombro, la memoria.
De las tripas, los inodoros.
De las palabras, los etcéteras.
Y entonces, sucumben las horas tristes de la vieja y su limpieza, y un nuevo paréntesis nocturno espera al joven que se recupera...
Y así, el prodigio recelo de la cotidiana existencia, el talento, las entrepiernas destinadas al joven. Y las de la vieja, con un pasado que había sido designado a otros jóvenes de su juventud.
Y así en el mediodía.
En la tarde.
En la noche.
Y luego, en la mañana mas próxima, el adolescente ya no escucha el crujido de las hojas muriendo por la escoba envainada por una vieja...
Y ya se despierta antes de que el rayo pueda darle en los pelos destinados al peine y a la contracción del trabajo.
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