Entrecerrando los ojos admiré a la cantidad de gente que allí estaba despidiéndome agitando sus manos, gritando, llorando. Ahí, en ese mismo momento, fue cuando pude contemplar por completo la situación en la que me encontraba, ahí fue cuando el bolso me peso 100 kilos. Algunos dicen que en el último segundo uno recorre toda su vida, eso fue lo que me estaba pasando, mil imágenes recorrían mi cabeza intentando hacerme dar marcha atrás, enseñándome todo como si fuese el final de un arco iris. Mis ojos voltearon a ver a mis dos amadas inundándose en lágrimas, extendiendo sus brazos como para que me entregue a ellas. No tuve alternativa… mi corazón no me dio alternativa, me dirigí a ellas y las abracé simultáneamente estirando mis brazos para poder abrazar a las dos. Mi prometida me deseaba suerte al oído, y mi madre solo apoyo su frente en mi hombro diciendo que me amaba.

- ¿Viviste alguna vez acá? Me preguntó mi prometida
Y ahí entendí que es lo que teme la gente cuando cree que no te volverá a ver nunca más; ellos no temen perderte, no temen extrañarte, ellos solos temen que todo lo compartido, y lo vivido haya sido en vano.
- Acá voy a vivir toda mi vida. Fue todo lo más auténtico que atiné a contestar.

Y ya no las pude abrazar más; estaba quebrando. ¿Qué se siente cuando uno flaquea en el último segundo de concluir un proyecto que elaboró y diseño minuciosamente por más de 15 años? Te das cuenta que no lo calculaste tan minuciosamente como creías, pero aún así eres consciente de que ya es tarde, que no hay marcha atrás, trabajaste lo suficiente para que todo se concretara Y debes ser valiente.