Juan es un jovencito de 18 años, que en estos momentos se encuentra del lado exterior del balcón, con los piecitos apretados y apoyados a la cornisa, y sus manos fuertemente sujetadas a la baranda. Suelta un brazo, vuelve a agarrarse, suelta el otro, vuelve a agarrarse. Zapatea, y se ríe. No, no es su intención matarse, de hecho del otro lado de la baranda, está su hermanita Ana, desesperada gritándole que no se tire. Juan se divierte viendo como Anita se desespera.

- ¡Juancito tonto! ¡No te tires! Le voy a decir a mamá lo que estás haciendo.
- Mamá no está, tonta. Me tiro eh, me tiro eh. - Y hace acrobacias con la seguridad que de no se va a caer.
- ¡Sos un tonto Juan! - Anita ya no puede contener las lágrimas, ni ocultar su inquietud.

Juan ríe y disfruta el espectáculo. Nunca quiso una hermanita. Para él, pobre, sin dos dedos de frente, todos eran competencia.

- ¡Aparte no te podes matar todavía! Tenes que hacer tres cosas, dejarle tres cosas a las futuras generaciones, a la humanidad!
Incrédulo e inmaduro, Juan: ¿Ah, sí? ¿Qué cosas?

- Tenés que escribir un libro, plantar un árbol, y tener un hijo.

Juan mira a su hermanita casi con cara de temor, e intencionalmente se suelta, librando su cuerpo a la ley de gravedad. Ana permanece en estado de shock mirando como el cuerpo de su hermano se desvanece dentro del precipicio urbano. Y lo que empezó con una broma majadera, terminó en un suicidio.
Cualquier estúpido pensaría que a Juancito no le importó un pepino lo que dijo su hermana Ana pero en realidad, fue lo que más le importó. Quizás no toleraba ni soportaba la idea de que su hermanita de 5 años supiera más de la vida que él. O lo que puede ser peor, quizás no toleraba la idea de que aún le quedaban tantas misiones por cumplir.