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Juana permanece inmóvil tapada en su cama mirando el techo. Su habitación es oscura, con una ventana que da a un pulmón de manzana, a un lado de su cama hay una mesita de luz, con un pila de libros de psicología y cuadernos universitarios. Juana contorsiona todo su cuerpo, voltea, mira hacia la ventana, y piensa en voz alta: Buen día para morir. Alguien con su misma voz habla: Si. Es hoy. Juana voltea a mirar al rincón, donde en un sillón de cuero con varios años, se encuentra una mujer igual a ella pero despeinada, ojerosa, y desaseada. Juana coloca la palma de su mano en su frente, y suspira. Otra voz igual a la de ella suena: No le hagas caso, sabes que nunca dice lo que es efectivo, matemático o científico.
Juana mira hacia el otro rincón, donde ve a otra mujer igual ella pero ésta sonriente, prolijamente peinada, y en un vestido blanco. Juana le sonríe a la mujer prolija, y vuelve a mirar al techo.
La mujer desprolija habla de vuelta: Cómo si ella tuviera alguna vez la razón… todos los días dice lo mismo… siempre te dice que no te mates, y mirá… tu vida sigue siendo el mismo fracaso de siempre, busca la mejor salida, bah, ni la busques, está ahí, dice la mujer señalando la ventana con sus ojos.
Juana mira compasiva a la mujer desprolija, derrama una lágrima y asiente. La mujer prolija eleva un poco la voz, pero habla con un tono melodioso: Lo digo siempre Juanita, predisposición, mirala a ella, se manifiesta como impetuosa, imponente, y sólida, pero… ¡que triste está por adentro! Juana vuelve a sonreír a la mujer prolija, y su sonrisa se desvanece al escuchar la voz del otro rincón: Si… estoy triste, triste porque no me matas. Porque esta pacata que está al lado nuestro siempre te hace pensar que sos feliz. Pero no lo sos, perdón, no lo somos.
Juana quiebra en un llanto, mira hacia la ventana, la cual se abre por la presión ejercida por el viento, y las cortinas de seda comienzan a flamear. Juana lleva la colcha hasta tapar su cuello. La mujer prolija le dice a Juana que ni lo piense, que sea voluntariosa y que se ayude a ella misma, pero desde el otro rincón la mujer desprolija algo inquieta dice: Yo no necesito ayuda, y la mujer desprolija responde diciendo que ella sí necesita ayuda, que quiere verse bien. Juana mira a ambas, y mira pensante, pregunta a sus iguales si le conviene ir a la facultad, la mujer desprolija le dice que no, que no cultive más su futuro, porque pronto va a terminar escogiendo tomar la “Gran decisión”, pero la mujer prolija la interrumpe antes de que sigue hablando y le dice que Insista, que vaya, que reinicie su vida, y que se reestablezca en un sendero que se ajuste a su felicidad. Pero ya Juana, rendida en la cama, con varias lágrimas en sus ojos, se levanta con ímpetu, y se dirige hacia la ventana, la mujer desprolija se levanta, le toma la mano, y le pregunta: ¿Saltamos? La mujer prolija, con un aire de impotencia y desesperación agita sus manos para todos lados, y comienza a gritar: No juana! No! Es pura pereza! Encolerizada, grita aún más fuerte exigiéndole a Juana que piense lo que está por hacer, pero Juana la ignora, y junto a la mujer desprolija se empieza a inclinar orientando a la ventana, en ese momento la mujer prolija parece iluminada por una idea, sonríe levemente y grita ¡el cajón Juana! ¡El sobre de azúcar! Juana da un giro de 180 grados, mira hacia la mesita de luz, suelta la mano de la mujer desprolija, se lanza sobre el cajón mientras tanto la mujer desprolija comienza a inclinarse cada vez más, y Juana agitada, abre el cajón, y allí, entre cosméticos, espejos, cigarrillos, y papeles, ve un sobre de azúcar que dice: “No intentar algo por miedo a fallar es como suicidarse por miedo a morir.” La mujer desprolija, mira hacia Juana, pero ya no puede mantener el equilibrio, y cae por la ventana. Juana suspira aliviadamente, toma el sobre de azúcar, voltea a ver a la mujer prolija que le sonríe agitada desde un rincón y ésta, extendiéndole la mano para que se la tome, le dice que se cambie, recoja su material académico, que ella la acompañara a la facultad. Juana sonríe, y le dice resignada mientras se cambia: Estudio psicología y un sobre de azúcar es mi terapia… La mujer prolija la mira clementemente y le dice: Prometéme que mañana de verdad vas a intentar recuperarte. Juana no responde, le toma la mano, y se retira de la habitación.

Texto agregado el 20-03-2006, y leído por 150 visitantes. (1 voto)


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