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Edgard llegó hoy a Buenos Aires. Hace varios años ya que trabaja como reportero meteorológico para la cadena de noticias más importante del mundo. Y hoy un hecho extraordinario ocurrió en la ciudad de Buenos Aires. Y el asfalto se tiñó de blanco. Y algunos locos temieron el fin del mundo. Y otros la llegada de extraterrestres. Hoy Dios despertó con ganas de hacer feliz a alguien. Creen que saben, pero no tienen ni idea.

Felipe permanecía todos los días sentado en el jardín, mirando el cielo bajo los efectos de narcóticos que él introducía ocultamente dentro del centro de rehabilitación donde se encontraba. Felipe se perdonaba a sí mismo cada vez que a hurtadillas se drogaba, como si indultándose a si mismo pudiera desintoxicarse. Solo un cumplido celestial podría hacer que Felipe abandonara las drogas. Felipe pedía todos los días a Dios, que bañara a Buenos Aires de nieve ya que de ésta manera, el abandonaría los soporíferos. Nunca nos enteraríamos que lo llevaba a desear algo tan absurdo, pero si había algo que era cierto, era que Felipe, estaba fuertemente dispuesto a cumplir con su promesa.
Fue así, que una mañana Felipe despertó con un intenso dolor de cabeza, y un estado de inconsciencia conciente, y advirtió que su deseo se había cumplido. El banco donde solía sentarse a esperar esa nevada, estaba cubierto por la helada espuma. La conmoción que lo envolvió fue tal, que debieron sedarlo para disminuir su nivel de euforia y adrenalina.

Los medios de prensa estaban agitados, los centros de meteorología atestados de curiosos, y el tráfico automovilístico se había vuelto algo incontrolable.

Ana había nacido, y vivido hasta los 7 años en Canadá, pero cuando sus padres se divorciaron, su madre de nacionalidad Argentina, volvió a su país junto a ella para instalarse y comenzar una nueva vida. Ana nunca volvió a ver a su padre desde ese entonces. Hoy tiene 33 años, y hace ocho años vive sola. Desde que vino a Buenos Aires no paró de anhelar el día que nieve, tal como ocurría frecuentemente en su país natal. En cierta forma creía, ilusoriamente, que la nieve traería a su padre.
Fue así, que una mañana Ana despertó y contempló como la ciudad se encontraba cubierta por esa fría arena blanca. Llamó a su madre excitada, para comentarle la singularidad del día de la fecha.

Hoy se perdonaba la ridiculez de reír solo al caminar por la calle. Los transeúntes admiraban sin disimulo el misterioso fenómeno.

“Pelín” tenía ya ocho años, y hacía dos que vívía con su nueva familia adoptiva. Pelín había sido “secuestrado” y “desarraigado” de su familia legítima por servicios sociales, cuando tenía 6 años. Sus padres no tenían manera de sustentarlo.
Fue así que una mañana, Pelín despertó, y emocionado, salió a revolcarse en los esponjosos médanos blanquecinos. Recordaba inevitablemente, a su madre sanguínea, quien reiteradas veces le describía este material natural que el nunca había conocido hasta este día.

Alborotados los niños y jóvenes salieron a divertirse y a sacudirse pesadas bolas de nieve, siendo conscientes que esto no se repetiría.



Alguien tocó esta mañana la puerta de Ana. De hecho era mucho más que un “alguien”. Era Edgard, su padre. Y las expectativas de Ana se cumplieron, y la nieve trajo a su padre. Fue un encuentro emotivo, pero distante, como si se guardara rencor dentro de cada uno de ellos. Como si recién se acabaran de conocer, pero se recordaran de una vida pasada. Y todo fue lágrimas, y nostalgia. Y Edgard preguntó. Preguntó lo que Ana jamás hubiese esperado que pregunte. - Me enteré que estuviste en pareja, y tuviste un nene. -

Y Ana flaqueó, y recuerdos pasados la flagelaron en ese mismo momento.

- ¡¿YO?! Si nuestra relación se desmorona siempre va a ser mi culpa, ¿no? Me rompo el culo para que puedas comer y estar sana todos los días, y vos me decís esto. No lo entiendo Ana, no lo entiendo.
- Pero… no entendés… ¡¿NO ENTENDÉS?! Mira el ejemplo que le das a tu hijo, ¿no te da lástima por él?

Felipe había vuelto del trabajo, una vez más, con su brazo agujereado subcutáneamente.

- ¡Claro que me da lástima! ¡Pero estoy haciendo un esfuerzo! ¿Te pensás que yo tolero todo de vos? ¡Sabés cuantas cosas me he callado en la vida por vos! ¡Para no hacerte sufrir! ¿El hijo de puta de tu papá donde está? ¡Desde que te conozco que lo esperas, sin darte cuenta que no existe! Porque si existiera estaría acá, ayudándonos a nosotros, cuidando a tu mamá que está enferma… Y todas las noches tengo que soportar tu llanto en la cama, por tu papá. ¿Cuánto tiempo pasó, Ana? ¿Cuánto tiempo? Si yo empecé con esto fue por vos, Ana. ¿Ves mi brazo? Está así por vos, porque no aguanté verte sufrir, no aguanté llegar a casa y ver a nuestro hijo así, con la ropa sucia, vieja, enfermo, y hambriento. Perdonáme. -
- Andáte. - Supo decir ella.

Servicios sociales vendría al día siguiente. Ya es la tercera denuncia de los vecinos. Que el padre drogadicto, que el nene mal cuidado, que la señora una holgazana. Y de amor nunca nadie habló ni dijo nada.
Venimos a buscar al nene, para llevarlo a una familia mas estable, que lo pueda sustentar un poco mejor. Van a tener el derecho a visita, incluso si se estabilizan, se hacen los trámites y lo podrán tener acá viviendo con ustedes de vuelta, pero antes, señor, le vamos a ofrecer un tratamiento para abandonar las drogas. -

Ana salió de la seguidilla de recuerdos, escapando del trance martirizador.
- Si, papá (lo dice con vergüenza), pero es una larga historia.



Felipe ríe a carcajadas al despertarse. Y le explica a todas las enfermeras su situación.

- Y yo me fui de mi casa, y Ana quedó destrozada, y a Pelín se lo llevaron. Y ahora estoy acá. Todo empezó por el papá de Ana, que la abandonó cuando ella tenía no se cuantos años, y ella seguía sufriendo, y me hablaba siempre del mismo tema, entre lágrimas. Ustedes no saben el cuadro familiar que tenía yo cada vez que llegaba a mi casa. ¿Y Ana saben lo que me decía? Hay que esperar, hay que esperar que llegue papá y todo va a mejorar. Yo nunca le creí, nunca le creí que el padre volvería, ni que las cosas mejorarían si lo hacía. Pero bueno, algo de esperanza me queda. El padre es meteorólogo o algo así. Y en estos momentos debe estar acá para llevar la noticia. Cuestión, si el padre viene acá, la va a visitar a ella, le va a dar unos pesos seguro, y listo, yo me predispongo a abandonar la droga, porque la realidad va a ser otra. Salgo de acá, me encuentro con una Ana feliz, y satisfecha, y eso me va a quitar la necesidad de atrofiarme. Y vamos a reconstruir nuestra vida, y vamos a hacer trámites, y vamos a recuperar a Pelín, nuestro hijito. Pelín también esperaba el día que nevara.


Toda una familia esperaba el día que nevara. La nieve no es tan fría a veces.


Ana cumplió su deseo de reencontrarse con su padre, Felipe supo que Ana ahora sería más feliz que nunca y él no necesitaría drogarse para escaparle al estado depresivo de su amor, Pelín esperaría el día que nevara, quizás sin saber porque, pero sabía que Dios, se traía algo entre manos.

Y Dios cumplió. Y unió a toda una familia. Mediante la nieve. A veces las anomalías, normalizan situaciones.

Texto agregado el 20-03-2006, y leído por 447 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-09-2006 " tiene ratos, por no decir pasajes muy interesantes, literariamente hablando. Y me parese que pudiste darle un final más convinsente, pero puedes mejor..." micadara
01-05-2006 muy buenp eh,un abrazo desde Perù punk13
16-04-2006 buena historia, a ratos confusa, buen pudiese mejorarse aun mas.***** curiche
20-03-2006 La historia esta buena, pero el final (personalmente) no me convence demasiado... Saludos, parakultural
 
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