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Amo la soledad como los vampiros la sangre y la luz la sombra. Es paradojal, raro, etcétera, pero es verdad. Por eso la luz se transmite eternamente, bancándose años y años de trayectorias por el vacío del universo con tal de fusionarse a lo invisible. Sé que te muestras completamente reacio a aceptar mi idea, todo porque no parece tener una consecución lógica admisible en una primera entrada, pero, créeme, no está entre mis prioridades preocuparme por ello. Debo pensar en mi familia, en mi trabajo y en mis deberes. Debo (no te rías, hijo de puta) sentar cabeza, habilitarme, rehabilitarme, hidratarme, tonificarme, leer, ver menos televisión, achicarme, adquirir un acento extranjero, enamorame, debo hacer tantas cosas que me da zozobra de sólo pensar. Me da zozobra en el sentido tácito de la expresión. Siento un mareo, un vaivén, es como si viajara en una balsa de juncos por la mitad del Pacífico sintiendo una indigestión por comer corvina cruda (y es que si no, ¿qué comía? Los restos del último marino habían sido la cena del día anterior). Y pensando, sólo pensando, sólo dejando a las ideas seguirse unas a otras me asalta la impresión de que sí, puedo morir por eso, por eso o por las otras cosas. Imagínate, insolación, intoxicación, caerse al mar por atar un cabo loco... Es cosa de sentarse a meditar un minuto para darse cuenta que la vida no es segura. Espontáneamente puede surgir de la necesidad alimenticia la alternativa de comernos a otro de nosotros (ya somos sólo cinco) y rifarnos a la pajita más pequeña. Y que esa pajita más pequeña me toque a mí. En serio, hermano, si uno no vela por su vida, nadie más lo hace. Hay que cuidar la existencia, hay que mantenerse a flote, hay que luchar el día a día con optimismo y con los ojos muy abiertos: aprovechando las oportunidades que se te abren de improviso, atendiendo a esos minúsculos cambios en el suceder de las cosas que te cuchichean sobre el futuro siempre y cuando tengas el interés de atender con atención. Por eso he decidido cometer este asesinato virulento y salar los cadáveres del cuarteto de compañeros restantes. Porque mira, desde un punto de vista objetivo: si no estuvieran no se beberían toda el agua que se beben, no serían una amenaza para mi supervivencia y es más, complementarían mi cadena de suministros por ¿tres meses? o el tiempo que dure su carne bien conservada en la escotilla de atrás. Es cierto que entre los cinco podemos mantener mejor el cuchitril que tenemos por balsa (casi un barco rústico, construido por 19 enérgicos brazos, contando al manco Jonás que murió de bubas antes de zarpar), pero, desde que se rompió el timón de cáñamo (y se fue navegando autista por la corriente que llevaba de regreso a la isla) el trabajo se ha vuelto monótono. Todo se basa en despertarse, mirarse las caras, revisar que las amarras de la vela sigan firmes y poner la mente en blanco para evitar la desesperación, el bichito corrosivo que le viene a los hombres cuando no hay nada por hacer más que esperar, y es que es obvio, un sujeto inactivo piensa, y pensar cuando estás en una balsa estática en el medio del puto océano... joder, es irresistiblemente desmotivante.
Como sea. Acá el asunto ético queda zanjado de antemano. O soy yo, o son ellos, no es que tenga muchas opciones, porque de no hacerlo, ni siquiera tendría la posibilidad de tener remordimientos (no estaría vivo, te explicito), y un hombre sin opciones no es un hombre.
He decidido hacerlo mañana por la mañana antes del despunte del sol, cuando los muchachos están en la hora más profunda del sueño y a mí me toca la guarda de prima. Cogeré el machete que usamos para curtir las corvinas y los despacharé uno a uno sin olvidar colocar una vasija debajo del hilillo de sangre. Ni siquiera me temblarán las manos y por el momento, y por muchos momentos más, no pensaré en lo que estoy haciendo, sino que simplemente me dedicaré a vivir. A vivir, a inhalar, a esperar que las cosas cambien, que pase un velero o un barco, o quizás un hidroplano, o que la balsa encalle en un coral o una isla con provisiones, o personas, o esperanzas camufladas en el silencio de una lengua extranjera. Y después, cuando ya esté a salvo, después, recostado en una hamaca, leyendo el diario o haciendo zapping, después, cuando sea famoso, entrevistado, adulado, corroído, después quizás piense en los muchachos y me cuestione cual fue el precio que tuve que pagar, y qué ganaron ellos en todo esto, y que quizás morir en el Pacífico sur no era tan terrible como parecía y ciertamente, deberían santificarme por ofrecerme como medio para terminar con sus penurias, con aquella insondable capacidad de infelicidad e inconformismo nocivo que bloquea permanentemente la vía del paraíso. Porque sí, gracias a mí ellos no están donde estoy yo, en mi casa, en esta alegría tranquila, sosegada, soporífera, perfecta. Gracias a mí y nadie más ellos no tienen familia, ni impuestos y no llegan en las tardes a ver televisión, ni hacen un asado dos veces al año invitando a los conocidos y viendo la posibilidad remota de iniciar alguna aventura romántica con la vecina. Gracias a mí y a la mañana en que los asesiné para subsistir, para estar aquí, para vivir esto, para vivir, sin pensar, sólo vivir, estar, decir presente, aparecerse, continuar, respirar, y esperar la oportunidad en que otro haga el favor por mí. Quizás en otra balsa y en otro lugar este alguien tome la iniciativa primero, y me asesine cortándome la yugular y colocando una vasija para que no escurra la sangre, para devorarme, sin metáforas, en un último momento de claridad. Pero, ya basta de elucubraciones, porque llega el momento de la decisión. Pronto amanecerá y dejaré de meditar, será el momento de actuar, si es que me decido, ya que igual, no estaría mal dejar a uno de ellos tomar mi lugar y que él se lleve la medallita, la vida, la fama y la muerte envasada. No estaría mal quedarse aquí, mirando y esperando que se acabe el agua o que llegue el turno de las pajas cortas. Pero es mejor dejar de soñar (para qué joderse más todavía la cabeza ilusionándose con la idea de la paz y el onirismo). Ellos morirán, y morirán ahora, y yo me quedaré solo, y me quedaré solo para siempre; cuando llegue el pesquero, los periodistas, la familia. Ya no habrán palabras, sólo gestos, expresiones y sonrisas de satisfacción y superación (espero). Será divertido, como una obra de teatro. Porque como te decía, amo esta soledad, como los vampiros la sangre, como los pájaros reptar, de forma tan obvia como que la luz siempre ha buscado la oscuridad.

Texto agregado el 20-03-2006, y leído por 225 visitantes. (1 voto)


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