...el niño está inmóvil. Sua manos aún no se separan, y su mirada se pierde a lo lejos en un punto fijo. A tan corta edad dudo en culparlo. Si fuese adulto, pensaría que su casa se ha incendiado. El no está sólo, dos personas de raza negra están a ambos lados, los dos hombres adultos. Nadie lo socorre, o nadie lo vé, si es tan pequeño, y a quien debe importarle aquellas lágrimas que caerán de forma inminente. Uno de éstos hombres se levanta y toma la cabeza del niño, mientras éste no aparta su mirada perdida a lo lejos. Acaricia su cabeza sin decirle nada, como consintiendo hipócritamente su dolor, que no se compara a nada, ni menos a una caricia. Al niño no parece importarle lo que sucede a su lado, su mente se ocupa de algo grande. Arruga su amplia frente con una tristeza en sus ojos mientras sus labios nuevamente se encorban, sí, comienza a salir de su ojito esa maldita lágrima que encierra algún magro recuerdo. Cae sin meandro, en línea recta sobre su lizo y perfecto rostro.
Puedo ir por ti, y tomar el tren que corre mas rápido que el recuerdo, irnos en el vagón final los dos y mirar de rodillas sobre los últimos asientos como el pasado no nos supera, y que puedo darte lagrimas de mis ojos para aquellos luceros secos ambrientos de juegos, dulces y sueños.
Tu rostro nunca lo olvidaré. |