"Este es un trozo de un cuento que estaba elaborando junto a una muy querida amiga, Denise Monti, y me arriesgo a mostrar este pedacito porque me hizo muy bien haber conocido a esa mexicanita y deseo compartir la reflexión del caballero."
¿Qué nos pasó después del beso?
Es difícil precisarlo, porque nos separamos apenas unos palmos y nuestros ojos bebieron la misma pregunta de ambas pupilas. Esperé una frase tuya, pero el silencio era toda la respuesta.
Había amor en nuestras miradas, y también una gran incógnita: ¿Qué hice llevado de un impulso irresistible? Besarte con el peso de toda una maldición sobre la Comarca ¿Cómo pude llevar a cabo semejante acto?
Había temor bajo nuestros párpados. No comprendíamos qué hacer e intentábamos recogerla de una quieta contemplación del rostro amado.
Me pareció como si el sol se pusiese y las estrellas surcasen veloces sobre nuestras cabezas. Era como si la naturaleza entera parpadease a nuestro alrededor.
Nunca pensé cuanto te amaba cuando lo aquilaté en ese contacto de labios ardientes y húmedos.
Había un rumor suave a nuestro alrededor, como si lejanas olas vinieran a nuestro encuentro. Todo se desdibujaba alrededor de tu rostro, como si nada me importara más que tú.
Había una leve sonrisa en tu boca, como si ya nada te importara más que ese beso que abrió un sello a nuestras almas.
Sí, te contemplaba como si fuera la primera vez. Te transfigurabas ante mí como una diosa secreta.
La maldición ¿eso era la maldición? No, no podía ser. Verte tan hermosa ante mí, reposando tus delicadas manos sobre tu talle, eso no podía ser una maldición.
El cielo se cerraba y abría sobre nosotros y sólo estabas tú invariable a mi visión. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso entrábamos a otra dimensión, como cuando escapamos de mi hermano? No, esto era diferente. Todo a nuestro alrededor parecía cambiar lentamente.
Había una brisa.
Había un aroma sutil.
Escuchaba voces, sentía manos apoyadas en mi cuerpo. No comprendo.
Sabía que ese beso te lo había dado hace un instante, pero ¿qué era que hacía ese instante casi eterno? Eterno en dicha, eterno en mutuo reconocimiento, en mutuo aprendizaje. Era un momento que detuvo nuestros relojes, pero no los de la creación entera.
Recordé las palabras del Ermitaño de Cristal y vi la gema en forma de lágrima colgando de tu cuello.
Alargué mi brazo hacia ti y me pareció como si de mí surgieran muchos brazos y manos verdáceas. No entendía qué pasaba.
Yo era el portador de la llave y tú, la doncella de las verdades. Mi beso había sido la llave, puesto que se había abierto una puerta a nuestras conciencias, como nunca nadie había logrado hacerlo.
Siete vidas debían pasar, pero ¿de quienes eran esos ciclos vitales? A tu derecha me pareció ver como se erigía una plataforma inmensa, como si de un castillo se tratara.
De esa estructura fueron asomándose unas torres hermosas y fuertes. Cuando vi surgir la séptima entendí que el séptimo ciclo estaba pasando.
Tú también comprendías que el momento había llegado, por lo que tu mano (¿o tus manos?) tomaron esa lágrima preciosa y la depositaron en mi mano vacilante que iba hacia ti (¿me pareció que tus dedos eran hojas, al igual que las mías?).
Sentí entonces como nos resquebrajábamos en nuestro yo externo, como si saliéramos de una crisálida. Estábamos naciendo a una nueva era, algunos siglos más tarde.
La maldición nos había convertido en árboles amantes sin darnos cuenta. Nuestros brazos se habían convertido en ramas que tendían hacia la persona amada. Ëramos dos alerces centenarios que destacaban en la explanada.
Pero una maldición no puede contra el amor verdadero, ni menos con el de tu pureza y con la virtud de monarcas en nuestra sangre.
Nuestra sangre se había convertido en savia nutritiva, y de nuestros frutos se habían alimentado pueblos enteros. Por eso se había erigido un enorme castillo a nuestros pies, para cuidarnos y darnos un tributo y atención
Ahora rompíamos nuestra corteza y nos enfrentábamos a nuestra nueva realidad. Siete reyes habían pasado y siete reinas a su lado habían reinado.
Lloraste al darte cuenta que todos tus seres queridos habían quedado en el pasado, porque no podíamos retroceder en el tiempo, ni deshacer lo hecho.
A nuestros pies había un letrero que decía: “Dios escribe derecho entre líneas torcidas”.
Pero nuestra liberación no se debió sólo a nuestra intención, puesto que no éramos totalmente conscientes de nuestro vegetativo estado. Habían héroes que habían sacrificado sus vidas y santos virtuosos que habían sido mártires para liberarnos. Porque nuestro amor no podía ser solamente contemplativo, sino que debía ser actuante, especialmente cuando las huestes del Enemigo se acercaban lentamente hacia la Comarca.
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