Solo sabía que tenía que correr, era lo único. Pero a esas alturas mi mente ya no estaba nítida, solo el instinto natural a sobrevivir era lo que me llevaba a seguir corriendo. Maldecía el minuto en que decidí salir a caminar. Odié el haberme alejado tanto, el dejar que mis pasos me llevaran a recorrer lugares que no conocía.
Pero ahí venía, tras de mi, esperando a que yo cayera, para de esa forma poder saltar sobre mi exhausto cuerpo. Lo podía sentir, acechando, con la tranquilidad que tiene aquel que está seguro de que ganará.
Pero yo no me entregaría, seguiría corriendo. De eso dependía mi vida. Cada paso seguro en mi correr era una esperanza de vida, los trastabilleos en cambio me acercaban a la muerte.
No miraba atrás, mi vista solo veía hacia delante, no quería voltear la cabeza, al hacerlo sentiría terror, seria victima del pánico. Me bastaba con oírlo. Mi garganta estaba seca, jadeante, mi cuerpo sudado, mis músculos tensos, el corazón apunto de estallar.
Tenia que mantener el paso firme, mirar con cautela donde pisaba, de no hacerlo caería y eso seria el final.
Pero ahí venia, seguro tras de mi, lo sentía respirar en mi espalda. Sus ojos clavados en mi, observándome, estudiando mis movimientos, tratando de averiguar si mis fuerzas flaqueaban. Esperando su momento.
No tenia idea cuanto tiempo llevaba huyendo, me imaginaba que ya era mucho, mis fuerzas poco a poco empezaban a disminuir.
Mis pasos se hacían mas inseguros, mi respiración mas agitada, mi músculo cardiaco latiendo con furia.
Hasta cuando me seguiría, se cansaría antes que yo?.
Nada más existía, solo mi perseguidor y mi tormentosa huida.
Sus ganas de dar conmigo, mi necesidad de seguir viviendo. Pero las cartas estaban echadas, el destino estaba escrito. Mi perseguidor cada vez mas cerca, mi energía ya agotada, la de él intacta, mi correr errático, mi mente nebulosa, en cambio él, seguro y vivaz.
Su respiración cada vez más cercana, mis esperanzas de vivir poco a poco mas escasas.
Lo inevitable estaba tras mío, la muerte corría a mi espalda, me susurraba en la oreja.
Y el destino se selló, mis pasos vacilantes, cansados, me hicieron caer.
Pude sentir la dicha de mi perseguidor, mi derrotado cuerpo arrastrándose por el suelo, el de él saltando sobre el mio. El destino dejó caer su manto de muerte, solo cerré los ojos y la oscuridad inmortal me dió su abrazo.
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