Julio Morales García vive desde hace quince años en los USA, sin embargo, no sabe hablar inglés.
Hoy lo van a matar.
Diez años antes lo condenaron a muerte por un asesinato que, según el juez, había cometido. No recuerda nada; si mató, habrá sido cuando estaba borracho, en una de tantas ocasiones.
Simplemente despertó un día y lo tenían encarcelado, con ambas manos esposadas y policías alrededor mirándolo con desprecio.
En aquel entonces no pensó demasiado en las consecuencias; las películas de Hollywood y la educación de su país lo habían acostumbrado a creer en la bondad del hombre blanco. El juicio fue corto y la sentencia dictada sin compromisos: pena de muerte, con inyección letal.
Ahora espera a que lo busquen para recorrer el temido pasillo de la muerte, encadenado como un gorila.
Dos policías con cara de rutina pasan y se lo llevan. Lo meten en un cuarto blanco –todo en esa sección es blanco-.
Pedir lo que querer comer, cualquiera cosa –le dicen en castellano atarzanado-.
Julio se acuerda de su pueblo, allá en los altos de la Sierra Madre y en su viejita, la que nunca más verá, una mujer que habla una de las lenguas del tronco Otomangue, que no aprendió el castellano. Se le antojaron esas tortillas tipo Oaxaca con frijoles refritos, con carne de goll yeje y mezcal con gusano.
En la cocina de la cárcel no tienen nada de lo que Julio quiere, pero por órdenes estipuladas de antemano por la ley, no pueden matarlo sin cumplirle su última comida.
Por eso mandaron agentes especiales a los barrios mexicanos a buscar los ingredientes necesarios. La tortilla tipo Oaxaca, los frijoles y el mezcal fueron encontrados, comprados y enviados en jet privado a Texas… Lo que no pueden encontrar es el jodido goll yeje, mucho menos un pedazo de su carne. Ninguno de los mexicanos supo decirle a los agentes qué era ese animal. Los ilegales se escapan antes de ser preguntados; los únicos que quizá conocen al animal guardan silencio, solidarizándose así con el injusto destino de uno de los suyos; en la embajada mexicana no contestan el teléfono…
Los medios de comunicación, nacionales e internacionales, se enteraron del asunto; la cárcel está por eso rodeada de cámaras, antenas parabólicas y reporteros histéricos.
En un jet fueron los special agentes a la Sierra Madre. Cuando descubrieron el horizonte gigante y sin final de aquella sierra prefirieron regresar.
El gobernador texano busca disculpas exageradas que de nada sirven, porque sin comida, no hay muerto.
Desde la Patagonia hasta Siberia se pregunta la gente qué es el goll yeje y a qué sabe, si es grande, gordo, salvaje o manso…
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