Juan siempre fue un chiquillo desafortunado; ya su concepción fue producto de una noche de copas y no del amor, como hubiera deseado. Su madre lucía una hermosa figura con transparencias azules y su padre, Marcelo, terminaba el turno de noche en el “Restaurante Mar y Playa” donde trabajaba haciendo la temporada.
Pasado el “puente del Pilar” él volvió a su casa y se dispuso a empezar la temporada de invierno en “Vallter 2000” estación de esquí que le reportaría unos buenos ingresos, además de no tener que vivir con sus padres y campar a sus anchas en bares y garitos sin tener que dar explicaciones a nadie.
Carmen, su madre, quedó en el pueblecito costero donde residía, con el tedio propio del invierno y un incipiente embarazo. Solo cuando estuvo a punto de dar a luz, telefoneó a Marcelo para comunicarle que iba a ser padre.
El se desplazó hasta el hospital, pero ni siquiera estuvo presente cuando la comadrona salió con el bebé en brazos, Marcelo tenía mucho trabajo en ese momento, emborracharse para poder aceptar su nueva condición.
Cuando la enfermera de turno le llevó a Carmen al recién nacido, esta le dirigió una mueca esquiva y fue la abuela materna la que, finalmente, se encargó de sus biberones y sus pañales. Estos fueron los únicos brazos que le arrullaron, los únicos labios que le cantaron.
Poco después de haber cumplido un año, Marcelo tuvo que ir a buscarlo y llevárselo a su casa, a bastantes kilómetros de distancia; había llamado la abuela asegurando no poder hacerse cargo del niño y de su propia hija, dado el avanzado estado de esquizofrenia que padecía; lo que la obligaba a estar noche y día pendiente de ella, su medicación, sus salidas nocturnas, sus borracheras, sus delirios...
Juan creció en un clima hostil. Su padre pasaba del amor más paternal a la furia más cruel debido a su alcoholismo y los abuelos paternos jamás llegaron a aceptar a aquella criatura, a la que veían como un intruso en sus ya, bastante desgraciadas vidas.
- ¿Y si no es tuyo?
Esa pregunta calaba hondo en su infantil mente; su familia se reducía a su padre, sus abuelos y sus tíos, que lo trataban como modelo a “no seguir” comparándolo constantemente con sus hijos, era la oveja negra, el bastardo al que sus primos utilizaban como bufón debido a sus fracasos escolares y a sus problemas emocionales; Juan solía romper a llorar con frecuencia, lo que era motivo de mofa y diversión constante. Pronto llegaron los verdaderos problemas, hiperactividad, agresividad escolar, bajo rendimiento, absentismo, citas con los tutores.
Un encuentro con los profesores representaba para su padre no poder beber en todo el día, para estar presentable, lo que le enfurecía sobremanera. Llegaba a casa saturado de quejas y descargaba su furia sobre Juan con unos buenos golpes de cinturón.
!El era el causante de todos sus problemas!
El chiquillo, ya adolescente, trató de buscar consuelo en la casa de su madre, sigilosamente salió una noche, tenía un poco de dinero que había cogido del bolsillo de su abuelo y tomó el autobús.
Sólo cinco horas le separaban de la necesidad materna, de esa escasez de besos, de abrazos, de noches compartidas. No recordaba de que color era su pelo ni que aroma desprendía. Necesitaba tanto de unos brazos que le amaran, de unos ojos que comprendieran, aún en el silencio; precisaba sanar sus heridas, escapar de la adversa vida que había conocido hasta ese momento.
Con un nudo en la boca del estómago llamó al timbre; le abrió una mujer menuda, sucia y desaliñada; él rogaba que “aquella” no fuera su madre. Tenía cortes en los brazos y en las muñecas, una cicatriz en la frente y restos de rasguños en las mejillas , olía como su padre.
- Carmen, ¿quién es?
Carmen…Carmen Planellas…no podía creer que hubiera huido de un borracho para caer en algo tan demencial como lo que estaba contemplando. Su madre se tambaleaba en la puerta desprendiendo un repulsivo olor a vino barato, las botellas de cerveza se contaban a decenas por el suelo, la comida descompuesta en los platos sobre la mesa y los restos de un vómito en la puerta de la entrada hacían del habitáculo un nido de gusanos y de olores repelentes…varias cruces negras se encontraban pintadas en las paredes de aquel pequeño antro que sería su próxima vivienda. La humedad se había comido parte del techo levantando lo que en su día fue una pintura de color azul. Como única lámpara colgaba una bombilla llena de telarañas y pequeños insectos; en la mesa, un sucio mantel colgaba hasta el suelo por uno de sus lados y encima de él, un pan rancio, negro, por la infinidad de moscas que revoloteaban a su alrededor y del azucarero abierto y con el azúcar derramado. Y al fondo, una mujer anciana imposibilitada en una silla de ruedas, con el rostro morado por varios golpes y los ojos saturados de tanto llorar su miseria.
- Perdón - dijo – me he equivocado.
Y corrió, corrió con toda su alma hasta perderse en las callejas de aquel pequeño pueblo que fue un día el causante de que ahora estuviera vivo, vivo y sin brazos donde alojarse, sin dinero, sin calor alguno. Corrió hasta sumergirse en su propia desdicha, hasta ahogarse en su propia sordidez.
Deambulaba confundido por ese laberinto de calles hasta que rompió a llorar con toda su amargura, desbocando en ese llanto, la furia contenida de tantos años de dolor.
Trató de caminar pero sus piernas no respondían, se acostó en la acera, agotado, muerto de hambre y de silencios y, como presa de un fatídico destino, un automóvil se salió de su carril y lo atropelló causándole la muerte.
Un joven grita en las calles la última edición de su periódico:
“Ultimas noticias del “Informador”:
“MUERE ATROPELLADO UN ADOLESCENTE SIN DOCUMENTACION”
Esta mañana Manuel J. L. de 42 años, ha atropellado a un adolescente sin documentación. El conductor dio positivo en la prueba de alcoholemia….
|