Amatitlan es un municipio de Guatemala situado a 32 Km. de la capital. Son los años de la década de los 80 y me han asignado aquí para hacer mis ultimas practicas (como residente), y después poderme graduar ya como doctor.
He pensado mucho sobre el titulo de este relato, y uno de los de mi predilección es: “un grito en la oscuridad” – pero deje el que aparece actualmente porque señala el lugar donde sucedieron los sucesos que a continuación les relatare.
No sabia si agregarle a mi relato la palabra ‘veridico’, para que de una u otra manera cobrara mas interés, aunque clínicamente ahora la ciencia, lo que voy a contarles, lo ha explicado con el nombre moderno de ‘Distonia vegetativa neurológica’, en aquella época no solo se desconocía el termino, sino además, el lugar donde realizaría mis practicas no estaba muy adelantado.
En el pueblo donde ocurrieron estas historias, la ciencia medica todavía no había aparecido con sus avances, y bien se podría decirse que estábamos mas en trapos, y mas donde las leyendas del “cadejo”, “el sombreron” deambulan en el ambiente cobrando mayor vigencia entre las sombras, en la noche de luna, en el silbido del viento, nubes delante de los cuartos lunares, y una oscuridad que se interna en las casas no mas se ponía el Sol, pues el alumbrado eléctrico eran simples faroles solitarios, espaciados, y muchas veces pendían y necesitaban de un torcido palo de madera para poder sostenerse.
Este lugar, a las afueras de la capital, iba a ser el escenario donde debería de pasar haciendo mis prácticas, por las dos ultimas semanas. Y como para que tomara auge este espectro de ramas y sombras raquíticas, la pasaría dentro del típico hospital con su morgue en la parte trasera llegando a ésta después de atravesar un patio de loza de unos 50 metros…todo hacia relucir que a media noche, apareciendo entre la oscuridad diluida por la luna mengua, aparecería recorriendo las lozas de piedra…con su grito espeluznante llamando a su hijo perdido entre las aguas, su vestido largo, el personaje de la leyenda: La llorona. Bueno..., esto es pura leyenda y creo que nunca se ha comprobado, por lo menos desde la época de la colonia, y para más yo, que nunca he creído en semejantes disparatadas.
Al cuarto de la morgue se llegaba, como ya lo mencionamos, atravesando el patio de loza: cuarto pequeño, una puerta al centro, dos altas pequeñas ventanas, sin luz. Y en las épocas de finales de octubre, cuando las hojas secas las trae el viento, el aire producía un murmullo seco del rozar corpóreo del manto de hojaresco.
Apenas empezaba hacer mis practica, tuve una experiencia escalofriante pues por la noche, para variar, me toco llevar a un muerto al cuarto de la morgue, me acompañaba otro practicante y obviamente para llegar a nuestro destino tuvimos que atravesar el consabido largo patio. Menos mal la loza reflejaba una iluminación irreal por una tibia luna, aunque debo admitir que las sombras de los árboles y los latidos de acero que producía las rueditas de la camilla, lentamente, sobre la loza de piedra, daban un aire tenebroso a todo aquello. Para poder entrar a la morgue, lugar donde iba a dormir el muerto, su última morada entre cuerpos fríos aun no enterrados, y cubiertos solo por una manta larga y blanca, había que subir una pequeña rampa, suficientemente larga como para que cupiera toda la camilla. Después de atravesar el patio y llegando a la rampa, siendo como las 11 de la noche, en silencio lo subimos, y cuando nos preguntamos quien iba a abrir la puerta, nos dimos cuenta que se nos había olvidado la llave mientras un velo de luz a espaldas nuestras caía como un manto sin sonido, inundando el vaho patio. Uno de nosotros debía de regresar (sólo, pues no había otra persona viva, y el muerto que nos acompañaba, muerto estaba) y traer la llave mientras el otro, en este caso “yo”, le tocaría quedarse con el muerto sosteniéndolo en la rampa mientras la consabida llave regresaba. Note como mi rostro helaba, y vi como la sombra de mi compañero se hundía entre la noche hasta hacerse uno con esta, y desaparecer.
Viendo a mi compañero irse, fue un fino instante entre que escuche como la perilla de la morgue giraba y se destrababa; se abrió la puerta y como una sombra sin cuerpo sentí como se postraba nerviosamente por detrás. Definitivamente no era el muerto pues este lo agarraba sobre su manta. Sentí un halito frió que recorría mi espalda. No trate de deducir ni ponerme a filosofar sobre la veracidad de las leyendas, no espere nada y …Pum ¡ lance la carrera olvidándome que sostenía al muerto en su camilla ! Tras de mi, lógicamente, venia el tintineo de las ruedillas de la camilla. Siempre de pequeño me había figurado como seria el tratar de correr siendo perseguido, correr y no avanzar, sentir el acecho por la espalda y no escapar, por honor a la verdad, no experimentaba nada parecido pero si: avanzaba como en cámara lenta saltándomelas las lozas de dos en par mientras la carretilla se estrellaba contra el piso, y el muerto experimentaba volteretas como las que salen en los accidentes de autos de las películas, haciéndose micos y pericos. Corría como perseguido por la propia muerte, aunque si hablamos literalmente no estaba muy lejos de la verdad.
Cuando llegue a la puerta en el otro extremo me di cuanta que podía detenerme, y ya no sentí nadie a mis espaldas, todo había quedado inmóvil y en silencio. Sobre mi nuca no sentía ninguna mano fría. Un presentimiento me decía que no debía de voltear a ver. Y cuando me dispuse a jalar de la perilla de la puerta para entrar al hospital sentí una mano posarse sobre la mía. Voltee a ver, y recuerdo a una sombra venirse sobre mi y, Ahhhhhh!!! Grite. Algo o alguien me había empujado y caí por los suelos. Al despertar, me encontré en la sala de emergencias del hospital.
Resulta que en la morgue siempre dormía el guardián. El fue quien de primero abrió la puerta, y por mi prisa no me percate que mi compañero ya venia saliendo cuando los dos al mismo tiempo agarramos el picaporte de la puerta. Todo se resolvió tras bastidores en carcajadas pero la noción de un muerto caminando a mis espaldas no me había parecido muy graciosa y no tan fácilmente me la iban a quitar.
A los dos días, en una noche después de las diez, me encontraba haciendo mis practicas cuando un muchacho joven llevando a una viejita asomo por la entrada de la emergencia, la viejita con cara de preocupada y toda alargada, parecía llevar lentamente a su hijo ( después nos enteramos que se trataba de su sobrino ), entraron y se adjudicaron la primera delgada banca, fría y solitaria del zaguán, al contrario de lo que todos supusimos al principio, era al sobrino joven el quien venia ayudado y quien requería los servicios de un medico.
El joven enfermo se levanto, dejo la mano de su abuelita y entro caminando por la emergencia. Prontamente uno de nosotros lo llego a recibir, y con solo ver la cara del pobre muchacho supusimos que se trataba de un caso ‘no severo’ de depresión, pues no parecía tomado, y aplicándole un médicamente tras un poco de atención esperábamos que fuera el único caso de la noche, y nos alegrábamos al saber que dentro de pocas horas mas, después de atender “la emergencia”, presentíamos que todo iba a ser tranquilidad. Extrañamente al estar atendiendo al paciente, llevando la cabeza baja cuando lo estábamos acostando en la camilla, se levanto y vocifero con fuerza:
- ¡ Me quiero morir y ustedes tontos lo están echando a perder!
Aunque todos en la sala estábamos separados, era extraño el que no lo hubiera oído, todos los ahí reunidos lo escuchamos, nos miramos y aunque ahora teníamos mas claro a lo que nos enfrentábamos – depresión crónica sin ingerir alcohol - el silencio que llego después nos hizo preocuparnos e invadió la sala con un sello de misterio. Pronto íbamos a darnos cuenta que estábamos completamente equivocados. Aprovechamos, inmediatamente cuando se acostó en la camilla el joven Gaudencio para inyectarle un somnífero, mas la respectiva atención de placebo para hacerle ver nuestros cuidados haciéndole creer que realmente nos interesábamos por él. Cuando asombrosamente estando ya casi medio dormido, con voz gutural y de espanto, de nuevo levanto su torso y dejando fija su cabeza nos vocifero por segunda vez:
- !No se dan cuenta que me quiero morir y ustedes están impidiendo que eso suceda !
Y.., segundos después cayo como aplastado sobre el almohadón, victima naturalmente de los analgésicos y calmantes que introducíamos dentro de su corriente sanguínea. – Vaya, - dijo uno de nosotros – esto parece tétrico- y sin contestarle nadie cada quien tras inspirar con su correspondiente exhalación, recupero una medio paz cansada y a la vez atolondrada.
En la camilla el paciente parecía descansar a las mil maravillas. Pasados unos cuarenta y cinco minutos, uno de nosotros se le acerco para comprobar el pulso con el estetoscopio y asustado dijo en voz alta:
- ! Pero este hombre esta muerto!
- ¡Que! – de inmediatamente los tres asistentes acudimos al cuerpo blanco, lo cargamos, le inyectamos suero, primeros auxilios y…!nada!
El hombre rodeado de cuatro de nosotros en la sala de emergencia de aquel triste hospital,… yacía muerto. Ya habíamos corroborado sus signos vitales y apenas teníamos tiempo y espacio para mirarnos los unos a los otros. Cuando acometí a tomarle la presión, sentí su frió y descolorido brazo, y sin comprender, dentro de mi temblabame la mano, dudaba de mis procedimientos y todo atolondrado, mi primera real emergencia, sabia que no sabia lo que estaba haciendo. Comencé a adjudicarle la presión y a oír tras el estetoscopio. En aquel momento, los ojos de quien yacía muerto se abrieron redondamente, y con una fuerza irreal levanto su tórax llegando su cara tan cerca de la mía que sentí su aliento calido; furibundo casi a la altura de mis ojos, de nuevo vocifero tronitosamenté por tercera y ultima vez.
- Ustedes están impidiendo que me MUERA – grito ¡ DEJENME !!
Ahora eran nuestros corazones los que latían nerviosamente. Sentí mi frió sudor, mis compañeros apenas tuvieron tiempo de moverse, el paciente volvió a recostarse sobre la camilla para ya no levantarse jamás en aquel lúgubre hospital.
Ninguno de nosotros tuvimos las fuerzas para decir palabras. No hubo lagrimas, aunque después de varios años…todavía no comprendemos el por que, aunque hemos tratado infinitud de casos que se nos han ido de las manos, nunca hemos dejado de pensar en aquello.
A las semanas, ya terminado las practicas y nos preparamos para los exámenes privados, el psicólogo nos recibió para hacernos tratamiento, y nos dimos cuenta que él era uno de lo que menos sabia de lo que estaba hablando y solo, durante el tiempo que tardaron las sesiones no dedicamos a pasar el tiempo con la mirad fija al habla interminable de nuestro terapeuta profesional. Nada logro, tampoco lo supo, y tampoco nos importo.
Soy medico graduado, tengo mi propio consultorio, y aunque le neurosis vegetativa ofrece un explicación muy certera de este caso y resuelve todo la contrariedad de aquella noche, por muy competente a mi oficio tras mi mirada pausada sigo viendo y sin explicármelo, tras los corredores de aquel hospital, la cara pasmada de la abuelita en la noche intemperie.
NA: Leonel Rivera es muy buen amigo mío (estudiamos siempre en la misma clase hasta que salimos del colegio), es el protagonista de esta historia. Hace poco nos encontramos coincidente mente en un restaurante y me contó esta historia de años atrás, por razones de estilo me he puesto a mi como el protagonista y relator principal, solo por efecto de estilo, y para darle el dramatismo que todavía sigue reflejándose en mi rostro a pesar que ya mucho terminamos nuestro café.
Adrian
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