En mi primer día de trabajo me presenté ante la recepcionista y le dije que debía entrevistarme con quien sería mi jefe, el Ing. Páez. Debí estar unos cinco minutos esperando la recepción, admirando la decoración y los grandes ventanales, cuando tuve el infortunio de presenciar un acalorado argumento entre dos mujeres. Ambas estaban en el corredor, amplio y bastante iluminado, discutiendo a viva voz. La una era alta con una figura delgada y de protuberancias poco notorias, falda roja, tacones altos, tez blanca, pelo rubio, labios rojos y jugosos con una sonrisa encantadora; la graciosidad en persona. La otra, era morena, bajita, pelo negro, y como estaba de espaldas, en ese momento no pude verla cara, pero creo que fue mejor así.
Quise pretender que no estaba escuchando, pero era demasiado obvio. El tono de voz cada vez iba en aumento. Tanto que aún la propia recepcionista, por más que trató de ignorarlo, no se pudo concentrar en su trabajo, ni pudo evitar hacer sus comentarios al respecto.
—¿Qué horror verdad?
—Hum… sí. Discutir de esa manera, con alguien así, debe ser horrible.
—Bueno, no quisiera desanimarlo, pero “ella” es la persona que usted busca: Ing. Páez.
—¿Ella? ¿El ingeniero Páez, es una mujer?
—Tal como lo oye, joven.
—Disculpe, pero debe haber un error. La voz que tenía por teléfono, era de hombre.
—No, no lo hay. Ella es… aunque sí, por teléfono se le escucha la voz como de hombre.
—Pero me han dicho que el Ing. Páez es una persona muy agradable… y —
—Lo es.
—Pero, ¿y entonces?
—Mire. Habemos personas que apreciamos a los demás por lo que nuestros ojos ven, otros que los admiramos por lo que escuchamos de ellos—…
—Creo que no le entiendo—interrumpí.
—Bueno, ya lo entenderá—me respondió.
—Espero que sí, porque lo que es ahora, me deja peor que como estaba.
—¡Ah! Mire, ya viene la Ing. Páez.
—Uh… gracias. Después seguimos platicando…
El encuentro con el Ing. Páez, no pudo ser menos que intrigante. Debo admitir que me quedé mudo por la sorpresa. Nos entendimos bien y trabajamos bastante. A pesar de que ya había escuchado ciertos rumores, totalmente falsos por supuesto, con el tiempo ella se encargó de aclararlos y de ponerme al corriente de las cosas.
Resulta que a la dichosa rubia, Aurora, le dio por inventar que ella era la encargada de capacitar a los trabajadores de la planta, de ser la directora de recursos humanos y de traer a los hombres de la compañía, todos de cabeza por ella. Y de que el Ing. Páez era nada más, y nada menos, que su secretaria. Razones suficientes para detestar a la rubia y para reclamarle a esa bruja, por supuesto. La una parecía ser la antítesis de la belleza femenina, la otra, la certidumbre y la firmeza encarnadas, pero con una imagen engañosa. La una tan agradable a la vista, pero vacía por dentro. La otra, con la primera impresión que causaba el escuchar su voz, mataba del susto a cualquiera, pero era de lo más interesante en su interior.
Dicen que del odio al amor sólo hay un paso… pero cuando tú lo llegas a sentir por esa persona, sea el odio o el amor, ya has avanzado la mitad del camino. El resto viene cuando tienes el valor de decírselo en su propia cara… o dejas a otros que se encarguen de hacerlo.
Es increíble cómo una persona puede hacerse detestable, tan sólo con inventar chismes y llevarlos de aquí para allá. Es una cuestión de educación, por supuesto. ¿No lo crees tú así? Aunque sólo estoy divagando, pero estarás de acuerdo que esa actitud, no es muy propia de una mujer… ni mucho menos de un hombre. Sería inadmisible, e impropio, hablar así de una persona; andar llevando y trayendo rumores… y más reprobable si lo hacemos a espaldas de ella. ¿No es verdad? Reprobable sí, pero estoy seguro que tú no me negarás que también puede llegar a ser divertido. ¡Jah! Bueno, y ahora ya basta de chismes y ponte a trabajar.
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