No digas amor, no pienses que busco contigo un Edén.
Ni tampoco quiero este infierno en pura llama.
Tan solo quiero amarte, amor, como siempre te amé.
Tan solo quiero la paz y la serenidad del alma.

Pero me pusiste a una bruja ahí en tu puerta.
Guardando tu secreta y frágil morada.
Esa misma que te envenenó nuestro gran amor.
Para que de mi y de nuestro amor te olvidaras.
Y tú, tú caíste en su mortal y despiadado veneno.
Que me cerraste tu puerta con grandes cerrojos.
Que cerraste con candados, con fuertes aldabas.
Y ahí la tienes separando nuestro verdadero gran amor.
Como la más venenosa serpiente personificada.

Fuimos felices en el mejor de nuestros tiempos.
Me amaste y te amé con pasión de enamorada.
No me pidas que olvide, amor, esos momentos.
Que de eso, amor, imposible es olvidar nada.

Retira ya esos soldados armados de tu puerta.
Y no me claves, amor, más esas espada.
¡Mírame! mírame a los ojos cariño mío.
Ya ves que no traigo, que vengo desarmada.

Solo vengo para este amor entregarte.
No quiero mantener más esta inútil batalla.
Pero antes que hables, mi amor quiero decirte.
Que te entregaré mi corazón, mi cuerpo y mi alma.

Antes que pise el umbral de tu anclada puerta.
Antes que te asomes para verme desde tu ventana.
¡Quítame a esa bruja de tu maldita puerta!
¡Quítame a esa serpiente venenosa personificada!