Primero
fue lo de Lourdes; desapareció durante dos o tres días, y cuando regresó estaba rara, muy extraña. Antes era tímida, luego de su desaparición se notaba segura; bastaba que pidiera algo para que la persona a quien se lo pedía obedeciera de inmediato.
Y si de Lourdes fue extraño, más extraño fue lo de su hermana Rebeca, quien dependía rotundamente de Lourdes y luego se volvió como ella, es decir independiente.
Luego ambas se perdían por las noches; salían sin decir nada y regresaban al amanecer. Y si llegabas en la mañana a despertarlas no se les notaba el trajín de la noche, o sólo se les notaba por cierta lentitud al hablar y moverse.
Pero todo comenzó, y eso no lo mencionó Rocío, cuando Clementina se apareció en la vida de Lourdes. Tampoco mencionó que a Clementina le bastó un par de horas de conversación y una noche para transformar a Lourdes, y que las noches en que estuvo perdida Lourdes. Clementina ya no jugó un papel importante; se encontraron ocasionalmente en las calles nocturnas; intercambiaron palabras, pero cada una siguió su camino.
Pero Rocío no lo mencionó porque no lo sabía; ella no estuvo en el café cuando frente a Lourdes se apareció Clementina. Por eso no las vio conversando, ni las vio salir juntas y caminar por la calle hasta la plaza. Desde luego tampoco las vio sentadas en la banca de concreto y posteriormente, perderse en la oscuridad.
Segundo
en llegar fue Pedro; se retrasó porque estaba con Clementina, con quien pasaba horas y horas sin que el tiempo se expresara. Cuando llegó estaba como ido, esperó con impaciencia a los otros, comentó algo sobre el cuento de Manuel y después salió.
Al principio decía que no amaba a Clementina, que sólo sentía atracción por ella, pero después se fue perdiendo en el nombre, la imagen y la presencia de Clementina. Y qué le iba a hacer, si Clementina ya era un vampiro y dominaba su voluntad.
Cuando Clementina le dijo, como al pasar, que era un vampiro, él no lo creyó, pero ella le pidió que la mirara a los ojos. Él lo hizo y no vio colmillos largos, ni ojeras, ni rostro anguloso, ni pupilas ovaladas, pero sí supo que ella decía la verdad.
De hecho, fue Pedro quien convenció a Clementina de que sedujera a Lourdes; quería ver a su amada con otra mujer, quería verla matar y dar vida (eso es lo que reprueba la iglesia de los vampiros, que rompen el equilibrio vida-muerte) a una mujer.
Clementina aceptó por diversión, para ella sería una especie de rito de iniciación con Pedro, que aún no era vampiro, pero que lo sería luego de aquella aventura, porque él ya no se resistía a entregarse.
Además, Clementina consideró interesante que Pedro conociera la muerte como mortal, para entregarse a ella (a la muerte) y luego conocerla como inmortal.
Cuando Clementina se separó de Lourdes (ambos, Clementina y Pedro, velaron su muerte; cuando ella regresó a la vida él se retiró) se fue en busca de Pedro para completar el rito.
Esa noche Pedro quedó sorprendido por los colmillos y los ojos de Clementina. Se amaron con pasión, ella transformada y él enfebrecido por el placer. No fue el dolor que le provocaron los colmillos al internarse en su cuello, en busca de la yugular, sino el intenso orgasmo por lo que Pedro gritó esa noche.
Tercero
a la derecha, en el segundo piso. No hay pierde, se suben las escaleras, caminas por el pasillo y ahí está el cuarto. La puerta es de madera, con algunas calcomanías (huellas de la infancia de Lourdes y de Rebeca). Del otro lado un gran espejo de cuerpo entero.
Las dos hermanas vieron sus cuerpos desarrollarse y ponerse hermosos en ese espejo que los reproducía. Paradas ante él ambas compararon sus respectivos encantos en lógica competencia de adolescentes.
Y esa misma puerta se abrió la noche en que regresó Lourdes. Se abrió sin previo aviso, provocando un grito contenido en la garganta de Rebeca, un grito que se hubiera transformado en una exclamación de alegría si Lourdes no la contiene con un gesto.
No preguntes, le pidió en un susurro; se adelantó a la intención de su hermana. Algo tenía que le provocaba a Rebeca un impulso al abrazo.
De hecho, Lourdes le pidió el abrazo. Luego: desnúdate, le susurró al oído. Rebeca obedeció. Y si sintió temor al comprender que su hermana también se desvestía, éste fue dominado por una extraña excitación.
La oscuridad de la madrugada ampliaba los sonidos y las sensaciones. La mano de Lourdes recorrió despacio la piel de Rebeca, en el pecho fue una revelación, en los muslos un mundo nuevo y en la entrepierna la excitación mayúscula.
Rebeca amó a su hermana, Rebeca se dejó amar por su hermana. No pudo, no quiso evitar dejarse llevar por la caricia, no pudo evitar acariciar y descubrir el cuerpo de Lourdes, probar la miel sexual de su hermana fue el descubrimiento sexual de sí misma.
Amanecía cuando Lourdes le dijo ahora no, y quedó dormida. Ella también estaba agotada. Ambas durmieron abrazadas parte de la mañana.
Cuatro
para las doce. Lourdes terminó de relatar su historia. El calor del mediodía era sofocante. Rebeca casi no escuchaba; soñaba con el cuerpo de su hermana y soñaba con el placer que puede brindar la muerte.
¿Y tú quieres que yo sea vampiro también? Preguntó con la voz cortada por el placer. La mesera estaba cerca y alcanzó a oírla. Las contempló a ambas con curiosidad, luego sonrió antes de irse.
Te quiero tener siempre, quiero que seas mi amante eterna, fue la respuesta de Lourdes. Eres mi hermana y quiero que mi familia esté conmigo perpetuamente, fue la explicación a la respuesta
¿Pero me vas a matar? La pregunta tenía más de excitación que de miedo. Para ser inmortal debes pasar la prueba de la muerte (Lourdes se había contagiado de la excitación de su hermana).
La mesera se acercó para cambiar innecesariamente el cenicero. Como sin querer hizo que su mirada se encontrara con la de Rebeca; le sonrió: Ella podría también ser tu amante, o la amante de ambas, dijo Lourdes como para incrementar la oferta.
Quinto
no era Rebeca, pero no había conocido nunca el placer del cuerpo femenino en el viejo juego del placer. Rebeca murmuró mátame ya, hazme inmortal presa de las caricias de su hermana.
Desde afuera, a través de la ventana, Clementina contemplaba la escena. Cuando Lourdes se alimentaba de la sangre de su hermana, pensó en un amante mortal y en un vampiro que la esperaba.
La noche era plena, descendió a la calle. Clementina era cazadora. El ruido de unos pasos le advirtió de la presencia de una persona; una presa que, posiblemente, una noche después cazaría también por las calles oscuras. |