Dejo escapar mis reminiscencias, que deslizando por la baranda de la escalera caracol, encuentran el suelo con tanta facilidad como siempre, y como siempre me impiden flotar, o al menos levitar, y hacen poner mis pies sobre la tierra.
Quizá resbalen con algún recuerdo cercano, de ayer, de hoy; pero nunca desisten, siempre hacia adelante, apareciendo de la nada sin que pueda controlarlas, aunque a veces soy yo quien decide cargarlas en mis pupilas. La mayoría de las veces juegan en mis cabellos tambaleándose o colgándose, ora aquí, luego allá, espiando qué atraviesa mis ojos para vengarse de algún momento instantáneo que crean mejor motivo para recordar que ellas mismas. Tan celosas y egoístas, pero solo ahora. En aquella época, cuando solo eran recuerdos de ayer, de hoy, solían ser puras y sinceras, juguetonas por demás, y lo que es mejor, solían dejar entrar cualquier situación que les permitiera seguir con su fiesta.
Con las marcas en mi piel, fueron arando zanjones de envidia, o quizá de perdida, pues asumo que he olvidado mas de alguna de sus compañeras por ahí, pero solo para mantenerlas a ellas, mis mas preciadas, al alcance de la mano cada día. Ayer. Hoy.
Ni el desfiladero de confusas baldosas, ni los pequeños escalones que el suelo presenta les impiden dejar, huir por fin de mi mente. Preferiría cargarlas en mi espalda cada vez que quisiera bailar con ellas, en vez de acudir en cada uno de esos momentos a mi cajón de los recuerdos, donde subiendo, casi escalando, por la tenue luz de la lámpara de mi escritorio, han ido a esconderse.
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