Llego hasta tu lado inerme, te miro de reojo y toco tu hombro, sólo miro tu espalda y tu cabello, escucho tu dulce voz diciendo malas palabras y me doy cuenta de que eres humana, como humano soy, por más endiosada que te tenga, y piezas de mí empiezan a juntarse...
Me materializo entonces para que me veas y te escucho ya mencionar mi nombre, sabes que existo desde hace un tiempo, pero ignoras lo que me significas, lo que me representa el venirte representando en farsas luminosas donde tu contacto no pueda alcanzarme, y mis manos no te dejen sentir la rabia de mi cuerpo, la locura que provocas.
Escuchas mis palabras atenta y tu sonrisa marcada por los gestos habituales me acompaña hasta la cama, donde los trozos de mi ser se esparcen sobre la tela que me junta poco a poco, como gotas de mercurio en una fuente sin agua, entonces muero un poco, y vuelvo a renacer, con esas ganas que me vienen cuando pienso contigo en la boca.
Y de repente te callas, y ese silencio me dice que ahora me estarás escuchando, y no sé que decir, se abarrotan las palabras por decirte tantas cosas, que mudo mantengo un poco la cordura, porque si hablara todo lo que te requiero saldrías corriendo de inmediato, y me dan ganas de besarte, pero no puedo, al margen como siempre me mantengo, mujer prohibida...
Piezas de mi prisma destrozado surgen poco a poco de entre la arena que pisas, y la sombra con que me cubres se dispersa, como cuando llega el día. Ha de ser que el no saberme muerto me permite seguir con vida, y el no saberte ajena me mantiene ocupado todavía, pero no sé hasta cuando, a ver qué me dicen las cartas y los asientos, porque dos caras de la moneda no son suficientes para saber de ti.
Piezas de mí, de mis locas ganas de tenerte ya a mi lado, se agolpan y cual ventisca me mojan el rostro, salado el mar muerto que sale de mis ojos me lo dice, que es demasiado pronto para marcharme, sin haberte alcanzado del todo, y no ha dejado de llover sobre mis hombros desde entonces, mas no entiendo el porqué no te marchas, para que así pueda marcharme sin tanto remordimiento de culpa.
¿Por qué será que las cosas cambian para beneficio de otros y mientras tanto me sigo moviendo? Como si tuviera miedo de quedarme entre tus brazos, o los de cualquiera que pudiera atreverse a amarme... De nada sirven las quejas, porque después de todo, seguimos siendo circunstanciales, y sigo sin poder quedarme demasiado, al menos para amarte un poco.
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