Parot cruzó el umbral de los roqueríos erguido como un mástil a la luz de la luna cuando imperaba en la mar una calma sin oleaje, levitando sobre el duro lomo de Náyade, la enorme tortuga de caparazón morado y hembra beta del clan de quelonios que habitaba por esos años en el poblado de Trafün. Bajóse en la orilla misma a escasos metros de mí.
-¿ de dónde vienes Parot?
- de cinco kilómetros en dirección norte es que vengo, por la playa de los naufragios anduve en lo del buzo Talbot que sacó cantidad de Jaibas y lapas. Nos bebimos un buen vino charlando y luego Náyade me ha traído hasta acá.

- Vaya como te salvó esta sabia tortuga. Debes secar tus ropas hombre. Ponte cerca del fuego y bebamos vino si deseas mientras se va la noche.

-¿ Y tú, Kazán, que haces despierto aquí en los roqueríos, junto a este tibio fuego?

- Mi casa está sola, Fadua partió a la ciudad y espero el primer rumor del sol para entrar al erizal. Con lo que consiga pienso hacer un negocio en el mercado a la mitad del día próximo.

- me quedaré contigo para asistirte desde la orilla, Kazán.

- bien Parot, bien me parece...

Semanas antes ya la veraneada empezó a retirarse del litoral con sus carrozas de motor para el este a Manquiápolis. El pueblo quedó casi tan tranquilo como la mar de aquella noche. A Fadua se la llevó un tipo en uno de esos autos y quizá no volvería, lo que a Kazán le pareció bien porque ya harto estaba de su ruidosa compañía.


Próximo capítulo: el ojo de mar