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Hubo un tiempo en que podía sonreír a cualquier persona sin estar pensado en cuanto ganaría con aquel gesto. Pensaba en que los abrazos y las sonrisas eran solo gratuidad, intimidad por algunos segundos, un misterioso encuentro que me acercaba más al otro y no pura formalidad social. Eran días en que salía a la calle y todo me resultaba bello, esa belleza que se encuentra también en el dolor, en la pobreza y en el fracaso. Pensaba que se podían encontrar signos de amor en todas partes, aun en la miseria y en todas las mascaras de lamentos que hay regadas por santiago.

Recorría Santiago buscando vida, y sin duda que la hallaba. Vida que para mi era fuente de sentido para mis propias acciones y desafíos; el mundo no era un lugar que conquistar para luego sacar a relucir la “gran persona que soy”, sino un espacio en donde la libertad se nos da para gustar, sentir y amar. Daba lo mismo cuanto te reconocieran los otros o cuanto dinero ganabas, lo realmente importante estaba en poder situar la mirada por sobre todas esas convenciones marcadas por el poder y encontrar en todo y en todos la intimidad suficientemente necesaria para sentir que la vida se nos ha dado para recorrer y reconocer que nuestra vida tiene sentido cuando se comparten los deseos a través de gestos marcados por autentica humanidad. Sin prejuicios, sin desconfianzas, sintiendo que no se esta caminado sólo por uno, mas allá de los desencuentros, y que en todos hay la misma capacidad de despertar la posibilidad de amar.

De pronto convencerse de que esa posibilidad existe solo queda anclada en las buenas conversas o en la intimidad que da la soledad de sentir esa necesidad. Se nos pide llevar a cabo lo convencional; da lo mismo quien es la otra persona, pues lo importante pareciera ser quien soy yo; da lo mismo si hay paros, alzas de combustible, bombas atómicas, pensiones miserables, da lo mismo si esa realidad no me toca a mí. Nos convencemos que esos contextos no nos pertenecen, porque lo realmente importante es lo que esta más próximo a mi vida, así como todo lo que pueda ayudar a concretar el sentido convencional de nuestra existencia. Todo resulta completamente ajeno, incluso aquello que acontece a nuestro lado. ¿Dónde situamos la mirada? En nosotros y en nosotros se queda el sentido, atrapado entre nuestros miedos y lo que debemos ser.

Entonces ¿Qué nos queda en este cotidiano devenir de desencuentros? Encontrarnos, pero no ahí donde siempre hemos estado mirando, tampoco hacia arriba esperando que pasen cosas. Nos queda tomar la sonrisa más cercana y devolverla cual carnaval es y siempre será cuando queramos. Nos queda la intimidad nacida del silencio más escandaloso, incluso de la memoria atrapada hace más 30 años. Nos va quedando el misterio, el misterio encontrado en los errores y en los reencuentros, en los dolores y en la manera en que sabemos darles sentidos. Pero también en la convencionalidad impuesta o auto impuesta, porque también nos pertenece. No hace falta escapar de lo que hemos gestado nosotros mismos, sino hallar ahí eso que alguna vez perdimos.

Texto agregado el 18-03-2006, y leído por 135 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
19-03-2006 Leerle es un placer!!! Ciiara
18-03-2006 ***** Ciiara
18-03-2006 Es precioso... una canción de amor y trascendencia. Mis ***** vacarey
 
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