El Principito en mi trono.
Entré en la librería sabiendo que no tenía dinero en el bolso. Siempre se puede ojear las novedades y mirar porque edición va El Código Da Vinci. Para mí es incompresible como se puede tener una puntería como esa, eso es puntería y no el tiro con arco, porque de original poquito, que sea plagio o no es lo de menos; tras ver saciada mi curiosidad, y relamerme la herida que me dejó la envidia cochina, me dedico al recorrido habitual terminando en los clásicos.
¡¡Cuanto me falta aún por leer!! Cuantos más tacho de mí lista de pendientes, más aumenta la de preferidos. Esta lista la comencé estudiando el bachillerato, de las clases de literatura era lo único que me entretenía, entonces era obligatorio estudiar la vida de los autores, donde nació, donde murió y una relación de sus obras, qué Lorca naciera en Fuente Vaquero y no se supiera donde murió era lo menos interesante para mí en aquellos momentos, lo interesante era La casa de Bernarda Alba y su Romancero. Aquella larga lista la encabece con ``El sí de las niñas de Moratín´´ y la sigue encabezando, después de estos años aún no ha caído a la altura de mis ojos por extraño que parezca.
Estaba ya de recogida y pensando que no podría comprar nada cuando lo vi en el mostrador con su pelo-pincho de siempre, listo para reponer, El Principito estaba allí de nuevo, lo cogí, estaba dispuesta a tirar de tarjeta si era necesario, con esta es la cuarta o qué sé yo cuantas veces lo compré, lo han necesitado los niños como lectura obligatoria, se quedó extraviado en alguna mudanza o lo dejé olvidado en cualquier banco, lo cierto es que lo echaba de menos. Cuatro euros con treinta en chatarra y solucioné el problema.
Esta vez lo pondré en un lugar preferente, el baño es un buen sitio para no perderlo de vista, así cada mañana lo tendré al alcance de mi mano, cuando me siente en el trono.
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