Estaba el dirigente de unos sueños por el bosque paseando -prácticamente corriendo no muy disimuladamente- y no encontraba árbol donde esconderse ni hada que lo protega. Se sambuyó como pudo en el agua mientras la negra nube pasaba por encima de él, ciega y sorda , rápido volando. La nube del deseo reprimido, de la muerte y el castigo de los perdedores.
Abrió bien los ojos, se los refregó y ya sabía que seguía vivo y no como lo aparentaba sobre esas piedras. Ahora su corazón latía nervioso porque ya suponía la próxima llegada de su destino, otra vez solo sin nadie a quien encantar.
En la orilla miró una flor y la contuvo entre sus dedos. Al verlo ésta le mordió el ídice a lo cual él se asustó y se reincorporó del suelo.
HAcía frío esa noche de otoño y sus arapos no lo contenían lo demasiado: ya era hora de buscar un refugio.
CAminó unos pasos y cayó, ya tenía mucho hambre y mucha tristeza. Un árbol lo miró con cierto desprecio, alzó su vista y siguió descansando.
Allí se quedó dormido y a la mañana se levantó dolorido, enfermo y vacío. Se sentó en el piso y empezó a recordar cómo fue que fue perdiendo todo a medida que lo buscaba.
Con un yuyo en la mano empezó a profundizarse en el pequeño espacio donde dejaba situarlo su memoria.
Su inconsciente ya estaba podrido...