Cuando desperté no había música, ni juegos. Pero si una extraña sensación, una especie de temor, no de algo o de alguien, un temor simplemente; la angustia de que algo faltaba. No recuerdo la música, tampoco el juego, pudo ser lo que pasó cuando dijiste, “pretendamos que hoy es nuestro único día”. Debiste sostener una copa en tu mano. Pude haber dicho, “Es nuestro único día”. Y tu, “ya lo sabías entonces”. Sí, pude haberlo sabido, pero en ese momento no era tan claro.
“Si es así, ojalá que no cambies”, y de pronto me sentí preso, no de esas palabras, sino preso en realidad. Tu sonrisa debía iluminar la noche. “Pretendamos entonces que será así”, pude haber agregado otra frase, no lo sé, pero en definitiva era un juego muy arriesgado. Pretendimos entonces que sería nuestro único día y que nunca nada cambiaría. Pude haber pensado algo cuando el mesero se alejó con la carta de vinos, “esto me parece como un sueño”. Debiste leer mi mente, tal vez sonreíste mientras yo me sentí alegre.
Los juegos continuaron toda la noche, con hábiles propuestas e hipotéticas conclusiones. “Qué harás al despertar”, no podía ser de otra forma. “Nada – contesté- no podría existir sin ti”. “No es posible –dijiste- no inventé nada de lo que dije”. Hubiera deseado que la noche se prolongara para siempre, pero eso siempre se escapa a tu control.
Una vez más, como todas las noches, me preparé para nuestro encuentro. Podría elegir muchas cosas, pero lo habías pensado así y yo no podría cambiar. Recuerdo vagamente la imagen en el restaurante, el mesero se acercó como siempre con la carta de vinos. Sólo conocía uno, “Chateau Haut Brion”, era seguro que te gustaría.
En tu entresueño, mientras despiertas y mi conciencia se debilita, un temor se hace evidente. Ya no hay música, ni juegos. Sólo la angustia de que algo falta. Esperaré de nuevo a que vuelva tu sueño, en el que existo, el que se repite cada noche, en el que soy tu protagonista. En el vacío, cuando no me recuerdas, mi existencia carece de sentido. |