Para el Desafío de la imagen nº 11
Despierto en el suelo, junto a mi cama; no se cómo he podido caerme, trato de levantarme, no puedo asirme a nada y mi estómago solo quiere vaciarse.
Vomito sobre mi camisa y me doy cuenta de que no llevo puesto el pijama, siento frío y observo que me meé en los pantalones. Mi nariz está obturada por los deshechos que acabo de plasmar sobre mi y el suelo de mi cuarto; joder, me estoy ahogando.
Necesito un pañuelo, no tengo, ¿me lo trago?
vuelvo a vomitar porque tragar me da náuseas, no recuerdo nada del día anterior; finalmente me sueno con los dedos pues mi boca está llena de grumos que asquean.
Trato de levantarme, me cuesta asirme al somier, mis dedos están llenos de esa sustancia pegajosa y repugnante que sale de mi. La habitación huele a borracho.
¿Otra vez?
Llego al baño, me lavo y me pongo mi pijama, me acuesto; las sábanas están mojadas.
Me voy al sofá y juro que no volverá a pasar.
Me despierta mi hijo, la luz del comedor hiere mis ojos y la jaqueca es insoportable.
- Papá, si no lo dejas me voy.
Trato de explicarle, de jurarle, pero se encierra en su cuarto con un portazo.
Ya no es un niño, tiene trabajo y su propia vida y yo, a mis cincuenta y tres años, me quedaré solo.
Al día siguiente me voy a buscar trabajo, cualquier cosa; una obra donde no me aseguran, no importa; temo quedarme solo.
Llego contento a casa y le invito a cenar a un chino, le encanta ese tipo de cocina.
- No volverás a verme así, lo he jurado muchas veces, pero ahora sí quiero dejarlo, no sucederá más.
Pasan tres días, mi hijo abre la puerta del baño, olvidé poner el cerrojo; me encuentra sentado en el retrete, medio desnudo y bebiendo vino tinto a morro de un brik barato. |