FRENESÍ 302
Estaba sobre la mesa, con ese aire que tienen las armas, pero no armas, de las que lanzan balas y producen ruidos, ni de esas que se van por la sangre y matan por dentro, no señor, de esas no. A mi siempre me han llamado la atención esas armas que quitan vidas sin quitarlas, esas asesinas de cebollas, tomates, sandías o carnes como le gustaban, que entran sin permiso de nadie cortando todo lo que se les roza en frente. Es que no podía haber sido otra cosa la que hubiera tomado.
Cuando decides tomar algo de tu hogar para acometer y realizar lo que la mente dicta, no te decides por un zapato o la manguera de tu ducha. Es lo típico, es dulce y placentero. En la televisión lo vimos muchas veces... ¿recuerdas?... sí, en muchas peliculas sale esa palabra que te recoge la parte trasera de tu nuca, la que te provoca ese dulce sabor en la boca: cuchillo. Es una forma sensual de llamar a la muerte, sólo debes tomar el mango y acometer contra lo que se te venga encima, no es necesaria la fuerza bruta, su filo hace el trabajo por ti, abre el portal hacia lo que nadie conoce aún. Quizá sea eso lo que nos llama la atención ¿no crees?. Tú podrías habérmelo contado todo, relatado qué se sentía estar ahí estirándote cuan largo - ¿o larga? – eras, aferrándote al piso, buscando escapatoria; podías haberme contado cómo se ve el mundo desde el portal que nos separa, pero no. No hiciste nada mas que gemir con temor a gritar, me desilusionaste incluso antes de la muerte.
Podía haberte perdonado, te lo juro, pero ni siquiera fuiste sincero al final - ¿o sincera? –, cuando todo ya se acababa, cuando el desenlace era obvio para los dos. Pude haberte absuelto por lo que no hiciste nunca, sin embargo decidiste marcharte solo - ¿o sola?- y lento, dejándome con dudas y arrepentimiento en la mente.
Créeme que no era la intención enterrar cuchillos, es decir, nunca lo vi de ese modo; muy dentro de mí había estado esperando hallar la jeringa que nos habíamos topado una vez incursionando lugares para encontrarnos.
Te acuerdas... bueno, metafóricamente hablando porque técnicamente no puedes recordar... que andábamos por ahí, escondidos del mundo tratando de refugiarnos en el silencio de la tarde para que los labios sabotearan uno con el otro.
No gustábamos del estilo exhibicionista por lo que, aquel día, nos encontrábamos en una plaza alejada del tránsito habitual de cuerpos. Yo había puesto la anatomía sobre el pasto y tú hurgueteabas todo lo que las manos pudiesen encontrar. Entonces ahí estaba, la habían usado pero no podría haber dicho con qué fin, no lo tengo claro; pero era lógico que de no haber sido usada para una dosis de droga, le usaron para perforar alguna parte del cuerpo. No pude notar diferencia entre una y otra, sólo sé que en ella había una aguja y eso me gustó. Desde esa tarde, tras llegar a mi pieza, aquella jeringa la guardo bajo la cama, dentro de mi caja.
Era esa aguja a la que tenía en mente para hundirla en tu piel una y otra y otra vez, esa era la aguja que esperaba clavar en la dulce fragancia que llevabas por donde pisabas.
Eso fue lo primero que me llamó la atención de ti, o quizás sólo lo fue desde que me percaté que podía olerte. Era y fue un olor como dulzón, pero en realidad nunca fue dulce sino salado; olías a cuerpo, a piel de hombre o mujer, nunca lo supe; es tan simple ese halo tuyo que se vuelve complejo tratar de estamparlo con los recursos lingüísticos existentes. Y sólo a veces sentía ese aroma, no se quedaba revoloteando como el resto de los olores, solo se iba tras de ti cuando marchabas. Muy complejo de describir, nada mas que pérdida de tiempo.
Sólo tengo muy claro que me encantaba y, de hecho, aún me gusta. Es que absorberlo provocaba algo acá dentro, algo así como ganas de gritar; pero en fin, ya no queda mucho de aquello para sernos sinceros ¿o no? Porque no puedo llamarte precisamente ser humano estando aún tendido - ¿tendido? – con los brazos de manera incómoda, como tratando de salir de sus articulaciones.
Ese detalle se me vino a la mente tras notarte de esa forma... lo sé... fue extraña tu caída al suelo. Pensé que sería algo escandaloso, algo así como eras tú antes de que acudiera a ti. Sé que te gustaba dar gritos, gemir de manera estridente como avisando a mis tímpanos que hacía lo que estaba haciendo de manera correcta, por lo que antes de acometer, te imaginé revolcándote, chillando, esperando que la gente de allá fuera te notara, así como te noté yo, quería que la gente al pasar te mirara al menos por un segundo y pensara en la miseria de tu cuerpo; que dejaras de ser alguien desapercibido - ¿seguro?- como lo fui yo; quería tu horror en mis corneas, sin embargo no me lo diste.
Ni siquiera en eso pude perdonarte, ¿lo ves? Nunca fui yo quien estuvo en el error, eras tu, siempre tu... me hacías dudar de mi mismo, de lo que quería de ti. ¡¡No!! Graso error, te juro que no. Eras tú porque nunca tuviste nada claro ¿recuerdas?, cómo esperabas que fuéramos gente civilizada si siempre lo echabas todo a perder.
Pero ya es tarde para lamentarnos. Todo esta hecho y terminado, lo sé porque puedo recordarlo, no como tú, que nada lograbas memorizar. No, yo sí que lo veo todo, lo puedo percibir en mi cuchillo. Sobre él quedó un aire de gloria, de ciencia ficción, incluso, que se mezcla con el entorno, con el recuerdo de los gemidos, de mi sangre y la tuya. Aún quedan recovecos de la mesa sin ensuciar. Porque fue ella una de mis testigos, o mejor dicho, de nuestros testigos.
¿Cómo es la mesa?
Es redonda para que todo aquel que se siente vea el rostro de los que le rodeen. Es de madera porque así durará una eternidad, absorberá el olor de las murallas, adquirirá el tono de la vejez y crujirá cada vez que más de ocho personas coman sobre su piel; sus cuatro patas se decoran con nudos de tallado a mano - o al menos eso parece -, ellas nos sujetaron la vez en que quise que me hicieras el amor...
En esta mesa puse el cuerpo tras el delito. Tomé todas las fotografías necesarias para que la gente comprendiera qué fue lo que te eliminó la existencia, puesto que no me avergonzaba lo que hacía o que la gente supiera lo que hice; no tenía miedos por permanecer tras las rejas luego de que te vieran así.
Además del cuerpo, tomé el cuchillo, quien efectuara los cortes que podía ver en él. No lo limpié, le dejé ahí decorado con el rojo de la vida y reposando sobre tus manos... ¿por qué?... recuerda que me gustaba su forma. Tus dedos alargados, delgados, queriendo alcanzar todo, me incitaban a mirarles. No sé, a veces pensé que era algo extraño, pero créeme, tú, con la vida que se te iba y con el cuchillo en tus manos, te veías de lo mejor. Las fotos reflejan la belleza, esa que pocos pueden apreciar. ¿Y tu boca? Se veía mas que sexy, se veía sensual, como esperando besarla. Sí, tengo que decirlo, esa boca que me gustaba besar, en serio, me gustaba besarte.
Lo hacia suave, delicado, caliente... pero además de besarte, me fascinaba rozar tu zona con mi pelvis, lo hacia con malvada intención, puramente para que tu aliento se acelerara... para que ardieras, para arder contigo, sin embargo el fuego no basta, también quería que me vieras como tu compañera –¡¡compañera!! ¿Estamos hablando de ti o de mi?- que entre los dos hubiera algo mas que lívido, pero no. Tú y tu condenada indecisión.
Quizá esa impotencia que me provocabas hace que no sienta nada, es como si nunca hubieras existido, te veo sobre mi mesa inerte - ¿solo o sola? - sin vida, sin tus dudas aterrándome. Nunca creí que terminaríamos así, uno frente al otro sin nada que decirnos. Siempre nos hablábamos pero acabamos callándonos y olvidándonos del otro o al menos eso sentí que nos estaba pasando. A mí me gustaba mirarte fijo a los ojos, me encantaba saber que te podía ver a los ojos, que podía sentir la vida en tus córneas, pero no estaba lista - ¿lista, por qué lista? yo pensé que estabas listo – para que me dijeras que no lo hiciera más.
¡Mírame!.... pero no lo pudimos hacer más, no te pude seguir mirando, no me sentía capaz y tu no querías que lo hiciera. Éramos una perfecta mentira ¿recuerdas? éramos unos cínicos de mierda, cada uno por su lado pero haciéndonos compañía, pero siempre hubo un segundo tenso, un instante en el que parecía que había un vidrio entre los dos a punto de explotar y era en esos segundos cuando quería correr y esconderme, evitarte...
Gracias a la frialdad que solía recorrer por tu cuerpo me di cuenta que me mentías... o quizá no la mentira sino el dejar de decir cosas -¿por qué tenia que tocar yo el tema y no tu?- que te pasaban a ti y que provocaban otras en mí... y bueno algún día tenía que acabar. Lamento que haya sido ese día, justo a esa hora... Demonios nunca me vi tan encolerizada -¡¡diablos lo dijiste!!-.
¿Sabes que? No me daban ganas de golpear a alguien hace cuatro años, esas ganas de gritar y de mandar todo a la mierda no las sentía desde hace mucho mas tiempo, el deseo de suprimirlo todo, de acabar todo, de estar ahí nada mas; esas ganas sentirlas en el cuerpo fue más que horrible. Sacaste lo mas hermoso y los mas horrendo de mí y eso no lo olvido.
Por esto es que no siento arrepentimiento de lo que hice sino que rabia y una maldita pena. No puedo explicarte puesto que las palabras se hacen escasas y ¡tú por la puta ya estas muerto!.
Cuando estabas ahí con el cuerpo estirado, con las heridas que hice con tanta dedicación, te veías triste. Con esa hermosura melancólica que nunca pude verte en vida; me gustó verte así muerto -¿o muerta?, ¡decide!- sin nada que decirme con la justa razón de no poder hacerlo.
¡Por las reverendas hijas de putas!... te juro que no podía esperar más el momento para alejarte de mí, para que desaparecieras para siempre; me complicaste la existencia, arremetiste contra mi centro, mi equilibrio y eso me exasperaba... y tu mentón, esa condenada boca que tanto bien y mal me hizo; y tu olor bendito -¡maldito!- que revoloteaban por mi mente... ¡me agobiaban!... quería que desaparecieran, que se extinguieran de una vez por todas; en fin, busqué la manera de hacer realidad la ganas.
Estabas, como era tu costumbre, tendido –sí, tendido, tendido- sobre mí; me hablabas de lo que harías mañana mientras yo buscaba el momento para actuar. No entendía ni jota de lo que me decías así que me olvidé de lo esencial de la vida y te tapé la boca, te grité y te insulté. Me mirabas sin entender nada, pasmado -¡¡claro, eras tú, no yo!!- me mirabas con esos ojos que me gustaban mirar...agarré el cuchillo que dejé no se dónde y le permití destruir tu pecho, el pecho donde estuve registrando el compás del rojo motor tantas veces como tajadas en él.
No gritaste ni gemiste, te me quedaste ahí tirado de forma extraña con los ojos todavía en los míos, pero no dijiste nada, nada salió de tu boca y te odie por eso. Siempre decías algo, aunque no fuera lo que yo esperara que dijeras, pero lo hacías; me aterrizabas con discursos reales, crudos, sin decoros...
Y ahí te tuve agonizando, hasta el ultimo suspiro. Luego te arrastré sobre la mesa -¿o caminaste conmigo hacia ella?- y puse el cuchillo en tu mano, pero tras haberlo fotografiado todo... te extrañé.
Te extraño.
Esa risa imbécil que dejabas salir al aire y que tontamente me contagiabas sonó en mi mente; te me pegaste melancólicamente al repasar nuestras tardes hablando; eché de menos esos silencios nuestros mientras respirábamos tirados en la cama. Sentí la ausencia de tu brazos apretando mi morfología; caí en la cuenta de que todas tus dudas y lo que me enervaba de tí nunca mas lo haría; jamás lograría olvidarte, sacarte de mí.
Fue entonces cuando la tranquilidad se me fue, ya no estarías más conmigo y la idea de no poder sacarte de acá dentro me aterró. Por eso empecé a pensar, a analizar.
Tomé este lápiz y papel -testigos de tu muerte- e inicié el estampado de lo que vivo. Te escribo para que te veas desde otro punto de vista, para que entiendas las razones de todo lo que hice y lo que dejé de hacer.
No te perdono por haberme dejado ir, no me olvido de lo que me hiciste sentir y de lo mucho que me has hecho sufrir, no pienso volver a ser la misma mujer que fui contigo en un principio porque las cosas cambian y los corazones también. Es imposible que deje de lado este archivo que tengo de ti, la imagen guardada contigo y de ella juntos mientras yo vivía de mundanos sueños. Demasiada arcaica la idea de poder volver atrás... esa idea de remover el tiempo ya es tan usada que me asquea.. lo hecho ya está, no hay nada que hacer mas que asumir. Tampoco dejo de llamar este estúpido –sí, estúpido, tonto, tonto, ganso, complicado y desquiciado- anhelo de verte venir a mí, aún esta el pesimismo de por fin sanarme de ti... fui cobarde y lo sigo siendo, te maté pero aún estabas vivo, por eso fui en busca de la jeringa, esa que pensaba usar en ti.
Entré a la cocina, con mis nervios de punta por lo que pensaba hacer. Estaba todo revuelto, las imágenes se me acoplaban en la mente, sentía el zumbido en los oídos y esas locas ganas de ir al baño; todo producto de la ansiedad, del miedo, la rabia, la pena.
Debía estar por ahí. Ese veneno que típicamente se usaba en verano a causa de las infimitas y negras criaturas “come azúcar” o por los vampiros voladores que te dejan ronchas por el cuerpo tenía que estar guardado en uno de los estantes, en alguno de los muebles del blanco lugar.
Los nervios me hicieron volcar mis cereales, la carne de soya, un vaso y tantas otras cosas que no registré... pero entonces ahí estaba... como esperando el momento de ser usado para hacer algo mas emocionante que matar moscas, hormigas, arañas, zancudos.
Me faltó valor, no podía tomarlo, la mano me pesaba, el corazón exigía un momento de paz y la mente llamaba buscar buenos pensamientos; que los talleres de yoga hicieran su trabajo y se limitaran a buscar la armonía y la respuesta oriental al sufrimiento de mí.
Me volteé para no ver más el frasco de veneno.
No podía hacerlo.
Pero tu maldito rostro se me apareció en la mente, tu estupidez y tu mierda volvieron, recordé esa noche en la que te grité con la cólera de años... ¡me fui a la mierda!... ¿qué es lo que podía hacer?... ¡¡dime por la puta!!... ¿qué hacía?...
Tomaste, entonces el Cyperkill, famoso insecticida y lo disolviste en un vaso. Pensaste que siete cucharadas en un cuarto de agua era la dosis que correspondía a un insecto como tú –nunca lo creí, pero siempre fuiste más que alguien mas en mi vida- y lo succionaste con la jeringa; extendiste los brazos y a tus venas les diste a beber....
Sentí cómo el veneno corría dentro, corroyendo lo que encontraba a su paso, no creí sentir los síntomas de él, pero sí, estaba en todo mi cuerpecito, no podía creer lo que estaba hecho y pensé que quizá no habríamos terminado asi. Cavilé los momentos vividos y analicé cada uno de ellos.
Fue error de ambos el vernos así. Tu con tus dudas y yo con el cariño que te tuve, tengo y creo que tendré, soporté tu forma. Debí alejarte, no dejar que te me acercaras más de la cuenta, ser fuerte de verdad, haber sido siempre cínica por el bien de mí, de ti, de los dos.
Pero lo hecho, hecho estaba, no había nada mas que lamentar. Entonces pude verme desde arriba, de lado, miles de tomas se grabaron en ese momento, millones de fotos en diferentes puntos de vista. Con zoom y sin él, las fotos se plasmaban en la memoria mientras avanzaba a tu seuda compañía, no quería quedarme allí en la cocina mientras la vida se me iba, ese era un lugar erótico – jajaja, claro que sí, ahí dejaba fluir mis mejores fantasías-, no tétrico, menos aún fúnebre...
Avancé por el lugar en dirección a ti, de la mano con el tiempo, respirando quejumbrosa y sin mas miedos que el no poder alcanzarte. Tomé penosa la silla que se dejaba estar a un costado de la mesa y le transforme en escalera. Pisé con cuidado mi escalera y coloqué mi cuerpo sobre la cuadrúpeda. Acomodé la morfología a tu lado y me apoyé en tu pecho como tanto me gustaba.
Ahí me quedé junto a ti estudiando geografía de tu mentón, acariciando con mis dedos lo que alcanzara, lo que pudiera. No estabas frío.. aún quedaba la tibieza compartida... yo no sentía el cuerpo... el tiempo me acompañaba y envejecía conmigo... la mente se nublaba... ya no habían ruidos allá fuera... era lindo el rostro de quien estuvo a mi lado... no sabía que eras tu, menos quién fui yo... entonces empecé a llorar...
Vi cómo te acercabas con ojos resentidos como pensando en lo que habías hecho -en todo lo que hicimos- y te posabas sobre mí, así como me gustaba que lo hicieras. Te quedaste dormida en mi pecho ensangrentado, escrutando el mentón que tanto amabas, mirando fijo quién sabe donde.
Debiste haber hecho un libro de fotografías que fijaran en tinta aquel momento. Faltó ese alguien que tomara la foto desde arriba, de los lados, de cerca, de lejos, enfocando el cuchillo, la jeringa, tus ojos, los míos, la sangre, mi boca... todo!.
Nos habríamos visto tétricamente hermosos, como ansiosos de que el mundo nos viera... ¿o no?.
“Sombría escena de suicidio colectivo vivió familia de... la imagen de dos seres posados sobre la mesa principal conmocionó a los cercanos,... mas la prensa les denominó un caso más de esquizofrenia incentivado por la celebridad del día;... nada de que nos podamos preocupar...”
Fue la rabia, la pena, la impotencia, no se... no tengo cómo explicarlo... asumo con toda precisión que yo quería estar junto a ti, siempre te lo dije, sin embargo nunca supe hacia dónde íbamos... -“problema que siempre hemos tenido”- y eso me encolerizó la tercera vez que te me acercaste sin saber qué habíamos de hacer.
Dejé que la cólera se transformara en esto... en dos cadáveres tendidos y sin mirar lo que fuimos ayer...
MARZO-2006
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