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CUANDO LLUEVE


Hay dos cosas que me ponen triste. Una es un atardecer en el campo y otra es un dìa de
lluvia. En este caso se conjugaban ambas. Sentado bajo el alero de mi cabaña me
asaltaron recuerdos, pensamientos y remembranzas de èpocas vividas.
Para tratar de olvidarme comencè a prestar atenciòn a la tormenta que se avecinaba.
El viento anuncia su llegada, que se deja entrever entre los últimos àrboles, a modo de oscuras y ampulosas nubes que vienen cargadas de agua.
La hierba se inclina al vaivén del viento, quien vocifera un canto con un ritmo continuo.
La tierra vibra bajo mis pies. Nacen los primeros brotes de hongos junto a los majestuosos robles que dominan el paisaje otoñal, refugiados bajo una tenue luz, creada por una espesa capa de nubes blancas que cubren todo el ocaso.
En el regazo de los más grandes y frondosos árboles se divisan mantos de hojas, las cuales caen sin cesar, desde lo alto, a modo de ofrendas, y tiñen el ambiente de cierta melancolía.
Los sonidos que impregnan este inmenso silencio envuelven el lugar de una cálida soledad, que se manifiesta en toda una gama de colores, desde los tonos grisáceos y oscuros hasta los rojizos y verdes.
Y el aroma, ese aroma inconfundible a tierra mojada que el viento acerca al olfato como preanunciando la llegada de la lluvia.
Difícilmente visibles son las flores o tallos en el extenso sendero que se abre bajo mis pies, de un intenso color verde, que contribuye a la parquedad del paisaje.
Al mismo tiempo, la hierba del campo no deja de ser vulnerable a los azotes del viento.
Esta paradójica dualidad me produce bienestar. La inmortal apariencia de todo aquello que mi vista logra alcanzar, se funde, con la sutil trayectoria que trazan las hojas hasta dar con el suelo; con el incesante movimiento vibratorio, de tal frenesí, vigente en las aún jóvenes hojas de los árboles.
Y las ya arrugadas y moribundas, que se abandonan a su suerte describiendo múltiples caminos, todos ellos con un único destino.
Contemplando esta extraña civilización, podría decirse, que ninguno de ellos, estaría dispuesto a renunciar a lo que es:
El viento continúa con su antiguo trabajo desde los tiempos más remotos, la lluvia se acerca para complacer a la sedienta tierra, y al mismo tiempo todos ellos crean un espectáculo deslumbrante para quien lo observa, que sigue conmoviendo aún con el paso del tiempo.
Uno mira asustado ante la idea de sentirse como único contemplador, como único ser consciente de esta existencia.
A medida que los rayos de luz van siendo absorbidos por las amenazantes garras de la noche, llegan los primeros nubarrones, anunciando la llegada de la inminente tormenta. Todo toma un aspecto más desgarrador y misterioso, dejando de lado la antigua sensación placentera que emanaba tranquilidad.
Todo se vuelve de pronto inmenso, puesto que la oscuridad difumina los límites que la luz del día hacía visibles.
Pero al mismo tiempo todo toma mayor énfasis.
La hierba se incorpora tomando una posición más erguida, conservando aún ese verde intenso que la caracteriza, como queriendo hacerse dueña de la situación.
Los robles permanecen impasibles ante los nuevos sucesos y dan cobijo bajo sus ramas a las aves, quienes se retiran a gozar de un buen sueño.
La lluvia continúa cayendo.
Recuerdos. Recuerdos de cuando lleguè a este lugar. Era primavera y los pinos crecìan rectos y fuertes como flechas apuntando al cielo, coronados de pronto por el delicado follaje de la copa, a la que daban un aspecto de aèrea ligereza los racimos de piñas. Recuerdo que, al penetrar algunos rayos de sol entre las ramas que se curvaban de uno a otro àrbol formando arcos, se hubiera dicho que el bosque, era una umbrìa catedral, y cuando lleguè a este lugar era un rùstico claro lleno de grandes tocones, restos de àrboles que habìan sido talados para construìr esta cabaña y el establo.
Pensamientos. Pensamientos que vuelan al momento en que tomè la decisiòn de cambiar el rumbo de mi vida. Harto de la ciudad, sus trampas, suciedad, delito, droga: dije ¡Basta! Y me anotè como guardaparque en Parques Nacionales, previo un riguroso exàmen en que tuve que esforzarme para aprobar, pese a mi tìtulo de Botànico.
Remembranzas, por los amigos, por mi familia, por mi novia, ¡Laura! ¿Què habrà sido de ella? ¿Sé acordarà de mì? Ella no entendìa, ella me querìa a su lado. Yo le propuse, ¡Nos casamos y vamos juntos a vivir al bosque, al sur! Estuvo dudando demasiado tiempo, entonces comprendì. A ella le costaba mucho dejar la vida de la ciudad, sus amigas, su familia, sus estudios. Lo comprendí bien, me doliò mucho, pero èste es el camino que yo elegì y ella no tiene que pensar como yo. Me siguiò escribiendo un tiempo luego las cartas comenzaron a llegar cada vez màs espaciadas. Ahora hace seis meses que no tengo noticias suyas.
¡Mis viejos, mis pobres viejos!. Yo el ùnico hijo decidí emigrar del hogar buscando otro destino. Un destino solitario, incierto.
Por las noches es otro mi estado, comienza con un dolor agudo en el pecho que se extiende a cada uno de mis sentidos, recorriendo mi alma y cuerpo, hasta terminar siendo el líquido misterioso que baja por mis mejillas hasta besar mi boca o caer en el suelo.
Melancolía, así es como lo definí. No sabía por qué, o cuándo o cómo había empezado todo aquello, pero ahora lloro todas las noches para consolarme de ninguna pena concreta.
Soledad física y abstracta. Es pesada tarea la de sobrevivir a estos años, deseando todos los días acabar con aquel sentimiento.
Este es el camino que he elegido, con mis plantas, mis àrboles, mis animales silvestres, mis pàjaros, mis amaneceres o mis ocasos.
En primavera todo es distinto, tengo mi mùsica. La mùsica de la vida renaciendo del crudo invierno, de las aves con su trino y sus juegos amorosos, del perfume que emanan las flores que se abren para recibir la visita de los insectos como amantes sedientas, del viento en la copa de los àrboles, de las ruidosas cascadas o los rìos caudalosos por el deshielo. Los dìas son màs largos y las noches tan temidas màs cortas.
Los meses veraniegos son muy concurridos y de mucho trabajo. No tengo tiempo de pensar en mì. Debo cuidar este gran capital que nos brinda la naturaleza del mayor depredador del orbe, el ser humano.
Y el invierno es època de reclusiòn, buenos libros, alacenas rebosantes y bastante leña. La nieve que cae no me afecta, màs bien me provoca la sensaciòn de buscar abrigo.
Pero, cuando llega el otoño
¡Confieso que me siento solo!.
Sobre todo cuando llueve.


Tortuga

Texto agregado el 03-12-2003, y leído por 197 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-12-2003 Solo, pero escribes como los dioses. espejo
 
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