De repente abrí los ojos y habían pasado 20 años, todo lo nuevo que con su magia iluminó alguna vez mi vida, de pronto me pareció viejo y acabado. De repente me miré al espejo y ya no era la misma, observé facciones de dureza y esperanza, ojos rasgados e impregnados de colores diferentes con una dirección altiva y temerosa. Me fijé en mi derredor: accesorios, libros, ropa; objetos que confirmaban la derrota a una niñez latente aún, una niñez colmada de juegos, risas, porqués, dulces, juguetes, berrinches y amigos que crecieron más pronto y prefirieron las responsabilidades de los adultos a correr por las calles tras un balón de colores.
Todo transcurrió lento y prudentemente hasta el 95. Ahí, alguien oprimió el botón de adelantar, poniendo mi vida a correr, sin siquiera detenerme a mirar la vida pasar. La gente murió, las torres se cayeron, la tecnología invadió y los niños nacieron caminando, mientras yo intentaba detener aunque fuera un instante al implacable tic tac. Pero todo fue en vano, el colegio dejó de ser mi vida, mi presente, y olvidé en el rincón de la oscuridad la falda a cuadros guerrera que me había acompañado en cada pequeña lucha.
Abrí los ojos de repente y sentí como si la vida estuviera acabando conmigo, quise correr y gritar, pasaron en fila todos los recuerdos bellos que invadieron mi cuerpo y alma de pensamientos, y ahora el presente, que alguna vez fue un futuro lejano, entró como un puñal que empieza a desangrarme poco a poco, quitándome la vida gota a gota, sin que yo pueda detener al asesino que como un vampiro me quita la vida minuto tras minuto, saltándose los años, haciendo las cosas viejas, llevandome a empujones; mientras yo respiro, corro, me caigo y me levanto. |