Su paseo era tranquilo como el todos lo días.
Ese gran patio era su libertad, paseaba muy despacio y con la cabeza inclinada miraba consatantemente el suelo. Pero hoy le dolía mucho la cabeza ¿sería de tanto sol? Ya le había anunciado varias veces el médico que no pasease por ese maldito patio cuándo esté el sol en lo más alto.
Hoy se levantó muy pronto, antes que la luna se fuera a dormir y el lucero del alba lo despertara cuando entra por la ventana.
En cuanto puso un pie en el suelo, lo primero que hizo fue mirar la pantalla del ordenador, estaba dudando si lo desconectó la noche anterior porque mientras dormía le pareció oir la voz de ella, esa voz que en susurros le hablaba. Miró la pantalla y efectivamente estaba desconectado, se sentó en aquella silla que a él esperaba, la que había dejado solitaria y que allí estaba cómo siempre y esperando cómo siempre estaba ella, su imagen se reflejó por un momento en esa pantalla.
Se tapó los ojos con la palma de sus manos pero su voz le martilleaba los delicados tímpanos, ahí estaba ella, como todas las mañana al levantarse salía una voz de ese aparato que puntualmente le hablaba:
- Buenos días, hola José soy Carla-
Fue al baño, se aseó y se puso ropa limpia, cómo todos los días y cómo todos los días lo estaba esperando Adelfa, su amiga más fiel, su mascota querida, la tenía muy mimada, era una perra cariñosísima, mimosa y cómo tal se dejaba peinar por su amo. Él la miró fijamente a los ojos y con tan solo una mirada el animal sabía lo que él le quería decir. Salió a la terraza buscó la correa, le cepilló el pelo, encontró la bolsita par recoger los excrementos de Adelfa, se puso los guantes y salieron a dar el paseo primero de la mañana.
Tranquilamente paseaban por la calle, Adelfa de vez en cuando se paraba en un árbol y allí mismo sin ningún pudor hacía sus necesidades, él recogía los excrementos y lo metía en su bolsa. Caminaban hasta el parque, en su paseo no dejaba de pensar en ella, él quería deshacerse de ese pensamiento y no sabía por que razón no podía echar la de su mente.
LLegaron al parque y él se sentó en un banco a descansar, Adelfa olfateába de aquí para allá, cuando por fin vio llegar a su amigo, ese que todas las mañana llegaba al parque acompañado de su amo. Se olfatearon mutuamente haciéndose cariñitos. Él los miraba cómo dándole un poco de envidia, se imaginaba a ella y él haciendo el amor, por un momento se le soltó una sonrisa y pensó que no estaba bien lo que estaba pensando porque ella no era real, ella solo estaba metida cada noche en el ordenador y cada día en su propia cabeza. Retiró la vista y un rictu de mal humor se reflejo en su semblante, así cómo si la pobre Adelfa fuera la culpable de que él no pudiera olvidarla.
El dueño del perro llamó a su animal y tirando de él se alejó lentamente del parque. Adelfa agachó las orejas y su tristeza llenó todo su cuerpo, lo miró a él con esos ojos grandes, negros, brillantes y tristes que él por un momento pensó que eran los ojos de ella, los tenía igualitos que ella cuando él se despedía cada noche y ahora en este mismo instante fue cuándo se dio cuenta lo triste que ella se ponía cuándo él la dejaba sola detras de aquella pantalla cada noche. Retiró la vista de la perra, no quería ver la imagen de ella reflejada en los ojos del animal.
Marcharon lentamente para casa y su mente no dejaba de pensar en ella, ya estaba amaneciendo y se disponía ha salir el sol, se veía que haría un buen día de primavera, se había adelantado la nueva estación del año y daba gusto de estar en la calle.
LLegaron a casa, él limpió las patas de Adelfa del poco barro que había traído del parque, le cepilló de nuevo el pelo, le puso agua limpia y le quitó la correa.
Él se sentó de nuevo en aquella silla que tanto lo esperaba y miró de nuevo la pantalla del ordenador, no quería conectarse, sabía que ella estaría esperándole, toco con sus dedos la pantalla y estaba fría, despues se llevó sus manos a la cabeza como queriéndo sacarla a ella de su mente, sus manos como alas de palomas querían darle calor y se apretó fuertemente la cabeza. Pasó un tiempo interminable, en ese tiempo escuchó voces, ruídos...José...José...soy Carlaaaaa.
Bajó lentamente sus manos y al llegar a sus piernas se encontró con una pata de Adelfa que suavemente quería acariciarle la pierna, el animal estaba asustada y tan solo le ofrecía su cariño. Él rozó si querer una oreja a la perra y al mirarla vio los ojos de ella, la mirada triste de ella, esos ojos negros brillantes de ella...Él sin pensarlo más se levanto de la silla y salió a la terraza, sacó del armario la escopeta de caza y...un certero disparo en la cabeza del animal terminó con su vida.
¡No se preocupe señorita, ahora mismo entro para dentro! ya sé que este sol es malo para mi cabeza, tendrá que cambiarme el doctor las medicinas, porque si no...este fin de semana tampoco podré salir para ir a casa
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