Satisfecho me siento frente al computador dispuesto a enorgullecerme virtualmente por lo realizado. Sí, señores, me acabo de licenciar de luthier amateur, otra vez.
Te informo. Resulta que mi flauta traversa es robada de unos ingleses. No robada en el sentido legal del término, pues ellos la regalaron a una entidad metafísica que se materializó en mí, pero aun así me agrada tratarme como un ser vil. El asunto es que la regalaron porque el mentado instrumento es más antiguo que los dinosaurios (se constata que el rey David la tocaba para calmar a Saúl) y por ende, fállido. Resulta que las flautas traversas funcionan con estas teclitas que se llaman zapatillas. Cuñas ovaladas metálicas que cubren un agujero en el que antiguamente iban los dedos (en versiones más anticuadas de vientos, como la flauta dulce o la quena, esto sigue siendo así; en los vientos más avanzados, como el saxofón o el clarinete, se ocupan estos revestimientos mecánicos), y precisamente, uno de los más importantes, o sea, el fierrito que hace la nota sol, está malo. Es una varilla mecánica que une estas dos teclas, y cuya soldadura se dio de baja hace mucho tiempo ya (sabrá Merlín por qué). Mi primera solución fue fixear el problema con scotch, pero el scotch se venció, y oh sí, gloria, he logrado nuevamente hacerla sonar.
Sé que en este momento la intensidad de la curiosidad sobre cómo se logro tal hazaña es máxima, superando la mística que encubre saber donde está el Santo Grial o quien mató a Marilyn Monroe. Y bueno, la excitante mecánica de mi civilizado y arcaico viento se ha visto soldada gracias al maravilloso ingenio del hilo dental.
La verdad, no pillé otra cosa. Me encontraba mirándome en el espejo del baño, en busca de inspiración (e intentando subirme la moral por la nulidad musical del instrumento), cuando de pronto mis pupilas se posaron, iluminadamente, en el revestimiento blanquecino Oral-B portador de magia ocarinesca. Con lo que cogí el hilo, lo estiré metros y metros y los envolví cual culebras a la rama en el fierrito malo, haciéndolo encajar de a poco y con mucho amor, cual terapia teletonesca. La flauta suena, eso es lo positivo.
De cara al viento muchachos, mañana con Víctor inventaremos algún tema pagano para la iniciación de la generación nueva. Espero que de aquí mañana el hilito no se deshaga, mira que caro, está. Además, para aumentar la mística, rocié el hilito con agua bendita de los apóstoles y otros ungüentos para consagrarla a las melodías del sátiro. Bah, ni se me nota que estoy feliz.
El asunto negativo de esta felicidad, y la verdadera razón por la que estoy escribiendo en vez de estar tocando, es que van a ser la 1 de la mañana. Es injusto que uno, en pleno áuge de la alegría (tan escasa por estos posmodernos tiempos; especialmente cuando como hobbie tienes revolcarte como jabalí en el barro/desesperanza), toque un par de melodías traversísticas para inagurar una compañera que creías muerta y le griten de la pieza contigua, "¡cállate!" sin ningún tipo de consideración. Es casi desmoralizante. Casi suicidesco. Uno realmente desea explorar los oscuros avatares del arte, pero el medio frena, y frena con una decisión ferrada, enarbolando un "¡cállate!" tan seco y directo que no queda otra que callarse y venir a descargar la excitación en el computador, pese a tener conciencia de que el tema, obviamente, es tan esotérico, pero tan esotérico, que es probable que sólo me importe a mí (hay que ser realistas: no creo que la noticia de que haya conseguido hacer sonar mi flauta con hilo dental sea el mega evento del año). Y bueno, también al Víctor, puesto que llevará su guitarra mañana para que juntos izemos la bandera pentagrámica que nos identifique como cultores de un nuevo estándar auditivo. O a Flipper, que me pidió que tocara. O a los mechones, porque ellos escucharan la compocisión. O al comité mechoneo 2006, porque o si no tendrían que conseguirse el casette de la "meditación rápida" de la profesora esquizofrénica que el año pasado nos hizo Crecimiento Personal (y que al final me macheteó en la nota, hay que decirlo, todo porque yo esbocé peligrosos y anárquicos postulados nihilistas en sus clases en forma de autistas dibujos cuando los demás hablaron; se me dijo: usted no escucha a los demás, y dibuja). Y sí, fuera de ellos, y a mí, no se a quien más le pueda importar este evento. Quizás ni siquiera me importa a mí. Quizás lo que yo quiera es escribir que me importa, porque quiero escribir no más, de lo que sea, de la gotera que estoy escuchando o de que se me tupe la lengua cuando intento cantar y tocar guitarra a la vez. Quizás soy un farsante y pongo un walkman con altavoces y nunca he tocado flauta traversa ni vientos menores, así como no logro bailar con el violín. Quizás de verdad soy polvo del polvo, así, bien hijo de Adán, bien barro de tu barro, y motocicleta de la nebulosa. Qué sé yo. De a poco me pierdo en esto. En esto de contar, digo, en esto de decirte que vengo de, y voy para, y en el camino mostrar que podría haber marchado por otro lado, por otro espacio, y haber exhibido cosas distintas, o no haber exhibido nada, o haber relatado que mi cabeza es un caos moderno de cosas modernas, de multimedias, de emociones, de personas que me hablan y me preguntan cómo me ha ido, de yo caminando con Daniela cogidos por el brazo y hablando de fumarse un pito ahí mismo, o Natalia jugando con mi mano izquierda mientras me dice quizás no tomemos once esta semana, o Alex pasándome un dvd pirata, o el micrero mirándome a mí mientras yo miro un pájaro que a su vez mira con total agradecimiento unas migas de alfajor que pronto se comerá. Porque al final, esto de contar, es como resucitar todo lo vivido, o lo vivible. Es como, no sé, palpar de otra forma un camino que miras desde la vereda del frente, un camino que ves, que sabes a donde llega, pero un espacio que en realidad no caminas de no ser por tus ojos, por el alcance de tu vista, o tu memoria, o tu lengua, o tus deseos de que todo converja en una ecuación perfecta, escribible, cobijable, una ecuación perfecta que exprese lo inexpresable y explique lo inexplicable, las sombras, las neblinas, el gusto por los otros, el encandilamiento de los ojos, el amor, la universidad y la vida, como un sol. |