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Eran los últimos días de trabajo antes de las vacaciones tan deseadas, Leila, esperaba cumplir el horario sin hacer nada, la empresa donde trabajaba se sitúa, por una caprichosa decisión del destino y/o el azar en el barrio de su niñez. Y muchas veces había pensado:”Algún día voy a dar una vuelta por el barrio”, y de hecho, algunas veces en 15 años, lo hizo; recordando las casas, reconociendo los cambios, viendo con nostalgia aquel potrero desaparecido bajo un cúmulo de casas muy en hilerita, todas desiguales con estilos variados, con pequeños jardines descuidados…. “¡Puta!, aquello era nuestro potrero, el lugar donde nos encontrábamos los amigos, donde en verano corríamos a las mariposas, y en las tardes calentitas del invierno cuando el pasto se había secado, corríamos y jugábamos a la mancha, o saltábamos la soga larga donde a dos les tocaba dar, y se formaba una larga fila para entrar a saltar…… “
Nada, todo aquello perdido bajo el asfalto y las construcciones modestas pero dignas de quién sabe qué propietarios.
Otras veces era un placer recorrer esa calle empinada que muy bien recordaba porque la debía transitar a diario para ayudar a su madre con las compras, pues los negocios estaban lejos, con las salidas, ruta obligada hacia la estación de trenes, única manera de iniciar un paseo, un viaje de trabajo, una visita a los parientes, también era necesario pasar por ahí cuando había que realizar la visita dominical obligatoria de los únicos parientes del padre que vivían en el barrio del otro lado del ferrocarril, floristas en donde el domingo era el único día libre y se juntaba toda la seudo familia a almorzar, jugar a las cartas los hombres, charlar las mujeres… y con suerte algunos niños hacer travesuras tranquilos alejados de la mirada distraída de los padres, cosa que sucedía solo en esas ocasiones…. Y para qué mencionar las fiestas de Navidad y Año Nuevo, eso era impresionante, para Leila era la mayor aventura del año, los mayores absolutamente todos distraídos (quizá por el alcohol ingerido), los niños eran los dueños del lugar, que se prestaba a innumerables actividades de las que en otro momento ni se podrían imaginar, ahí perdió la inocencia la mayoría de ellos, allí se fumo el primer cigarrillo, se tomó la primer bebida alcohólica ahí se habló de sexo y algunos lo practicaron de alguna manera, los juegos brutos, los ensayos de humillar a los más débiles, el desarrollar los potenciales más bajos como la dominación del otro…. Era una guerra de poderosos, era una competencia de poderes, era en suma una preparación para lo que les iría a tocar en la etapa de adultos.
Esa mañana, mientras Leila caminaba de una oficina a otra, hablando al descuido con un colego u otro… le vino a la mente aquella idea loca que cada tanto la atacaba: dar unas vueltas por el barrio, observar las casas donde ella había vivido, ver a algún vecino de los que guardaba algún recuerdo especial… sin embargo esta vez lleva en lo profundo del corazón una misión especial, hace tiempo que ronda en su mente la idea, encontrar y confrontar especialmente a dos personas de esa comunidad. Han pasado más de 45 años de aquellos acontecimientos que duermen en su subconsciente y que cada tanto arrasan con todo en su aparición, nada de momentos de nostalgia, nada de momentos de gratos recuerdos, nada de flores silvestres en el potrero; es el costado más oscuro y siniestro que guarda en lo profundo de su ser y que intuye que hasta que no hubiere confrontado los acontecimientos de su tormento con los protagonistas, no la dejará en paz; y, como el tiempo es un factor importantísimo; estas personas son bastante mayores, una al menos es anciana; hay que hacer lo que sea, empezar de una vez con esto. Tanto se ha demorado la decisión, no es fácil. Absorta en sus pensamientos, sale decidida a hacer el recorrido de esas pocas cuadras que guardan tanto en su interior e influyeron tanto en su vida. La vista se llena de recuerdos, a la mirada la dirige la obsesión, busca en cada jardín algo, se mezcla el paisaje con los recuerdos, con los deseos actuales, con las angustias de la niñez, con la soledad de la víctima. Hace como que pasea, en su interior se debaten miles de formas de venganza, crece el deseo de hacer saber lo que guarda celosamente su alma, de hacer que aquellos se hagan cargo de su responsabilidad… ¿cómo?...
Pasa por la casa de unos amigos especiales de los que tiene buen recuerdo, todavía están vivos, todavía conservan sus facultades mentales…. “Todavía no es demasiado tarde, piensa, para hacer algo. Por Dios, algo tengo que hacer” Toca timbre, sale con paso lento y cansado, el dueño de casa, Ángel, enseguida la reconoce, la saluda con cariño, ambos se emocionan y todo el encono que la hostigaba en los momentos previos quedó a un lado, postergado ante ese encuentro sorpresivo para Ángel, calculado para ella.
Después de unos minutos de conversar y contarse algunas cosas superficiales y previsibles de sus vidas se saludan amigablemente con promesas de volver a encontrarse con más tiempo y con el propósito de rememorar aquellos viejos tiempos.
Pasaron unos días, ese encuentro fugaz pero significativo, quedó enterrado sin más trámites, en el olvido… todo siguió su curso normal y esperable… esos arrebatos de declarar la guerra a unos pobres viejos cansados y fracasados del barrios quedaron fuera del foco, pero , agazapados esperando tener la próxima oportunidad para aflorar procesado en acciones.

Una mañana cualquiera, al llegar a su casa, recibe un mensaje que es sencillo, puro, insignificante, pero, un reactivo poderoso para el espíritu de Leila. Ana, la esposa de Ángel, la llamó: “Llamáme, soñé con vos”.
Inmediatamente la llama y riendo, bromeando, charlan amigablemente y quedan en encontrarse en un par de días.
Esto moviliza enormemente a Leila, se organiza, busca fotos de su madre en donde aparecen varios de los vecinos para poder darle un sentido a la charla, no quería que el encuentro se limite en un informe del curso que habían tomado sus vidas, quería de alguna manera saber cosas concretas, obtener alguna información orientadora.
Llegó el día del encuentro, fue bueno, emotivo, estaban Ana y Ángel, al rato llegó Marilú, la hija, de la que era muy compinche en la niñez. Mate de por medio, charla distendida en general, extrema concentración de Leila en ir orientando la conversación, supo quiénes estaban muertos, cómo habían seguido la vida de algunos en qué momento se encontraban…. Al final casi antes de irse pudo preguntar por ESA FAMILIA en especial que le interesaba mucho. El gesto de descuido, ensayado tantas veces, ante tantas situaciones fue favorable para ver la reacción de Ana. Preguntó por Pili, la esposa del que le interesaba realmente, pero, cabe aclarar que también Pili pertenece al círculo perverso. Ana, contestó un poco dudosa, como confundiendo la familia que yo nombraba con otra, luego se dio cuenta de quién le hablaba, Leila percibió que muy sutilmente se sentía apenas un poco incómoda… o fue su percepción obsesionada… Después de explicarle, Leila, su relación en la niñez con Pili, y hacerle retomar la confianza, por si era necesario, en ese momento no pudo discernir exactamente lo que pasaba en la mente de Ana. “Querés que le diga que estuviste aquí”, “Sí, por supuesto”, Querés que nos juntemos otra vez y la invite…”, “Sí, ¡sería grandioso!” momento mágico para Leila…. Justo, lo que más quería.
Después de los largos y amistosos saludos entre el matrimonio y Leila, con la última anécdota curiosa para comentar, así al final, rapidito, por las dudas, queda garantizado que no van a quedar sin temas de conversación, estar en la calle y partir por esa misma cuadra caminada miles de veces en la infancia, archiconocida en todos sus detalles aun transformados por el tiempo, a unos pocos metros sobre la misma acera aparece como novedoso, como imponente, como nuevo pero al mismo tiempo puesto hace años, el descubrimiento con el que se pone tensa la respiración, y con le que surge la pregunta: “¿Siempre estuvo ahí y no lo había visto?” , un cartel, viejo, torcido, en un portón muy descuidado, detrás un taller bastante precario, con muchas chatarras y cosas y autos, una entrada larga en subida: REYNALDO´S soldaduras. Todo se pone terrible. Reynaldo, es el hombre al que quiere confrontar.

Y, así se va, descompuesta de esa ira, ese dolor, esa curiosidad que la acompaña desde hace largos años.
Igual, algo quedó flotando en el medio, faltó preguntar por Don Pedro… ¿seguirá vivo?

Texto agregado el 15-03-2006, y leído por 115 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-03-2006 Te pido disculpas anticipadas por lo banal de mi comentario, pero este cuento me impactó por una extraña circunstancia: hoy mismo (sí, HOY, hace un par de horas) advertí que el lugar donde trabajo está en el mismo barrio que transité en mi niñez. No, como en el caso de Leila, por haber vivido en él, sino porque era el de mi escuela. El alma me dio un respingo al "descubrirlo" (¿podremos andar tan distraidos por la vida?), y un segundo respingo al leer tu lindo cuento. Iwan-al-Tarsh
 
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