Nada es eterno
Hace ya bastante tiempo que mis recuerdos no permitían fijarme en otra mujer, es que el paso que ella significó en mi vida fue tan grande que aún mi alma sentía el amor como el primer día en que le di un beso. A veces pensaba en lo ingenuo que era, cuantas veces no había escuchado de su propia boca que lo nuestro jamás volvería a ser lo que era, que ya la magia se había perdido y que sus sentimientos hacia mí, si bien eran de cariño y ternura, ya no era el amor que había sido los años anteriores.
Y sin embargo, ahí estaba yo, aún creyendo que todo podría cambiar.
Esa noche debía juntarme con mis amigos, algo simple, una ronda de cervezas, una conversación interesante y la excusa de saber en que estaba cada uno. Aunque en las planificaciones previas siempre aparecía la frase “hasta temprano, no mas allá de las 1”, todos sabíamos que jamás sería así, que pediríamos una y otra cerveza hasta que terminaríamos arriesgando nuestra dignidad en las respuestas desagradables de los grupos de señoritas que se negaban a bailar con nosotros.
Y así fue.
Era el mas cuerdo de los cuatro, me daba risa ver como la cerveza los transformaba y se envalentonaban a acercarse a alguien. Aunque nunca fui el más apuesto del grupo, siempre fui el que más se acercaba a las chicas, quizás por mi elocuencia al hablar, siempre era el encargado de atraerlas a través de mis palabras y de mi supuesta simpatía.
Esa noche no fue distinta a otras, mis amigos divirtiéndose y yo pensando en ella, pensando en querer estar a su lado. Aunque claro, nunca lo demostré, siempre aparenté ser el que mejor lo pasaba.
Mi vaso ya se había vaciado, y me dirigí a la barra a buscar otro antes que la tristeza apareciera en mí.
No quise volver con mis amigos aún, me quedé mirando desde un rincón la pista de baile observando las parejas bailar y pensando en las historias de cada una de ellas, en cuantas de ellas había verdadero amor, en cuantas solo cariño y en cuantas solo la calentura del momento.
Estaba en eso cuando la sentí a mi lado, una muchacha alta, delgada, de tez blanca, de lindos ojos y con un largo pelo que ocultaba parte de su linda cara, dirigiendo su mirada a todos lados como si buscara a alguien, como si necesitara encontrarse con alguien. La quede mirando fijamente, como si nadie estuviera en la disco, salvo ella y yo, pero nunca logré que mis ojos se cruzaran con los de ella, o tal vez ella logro que no se cruzaran.
Tomé un sorbo para darme la valentía que necesitaba y me acerque.
-Estás buscando a alguien – le pregunté.
-A unos amigos – me dijo – pero parece que no vinieron.
Ya ni me acuerdo que le respondí, pero lo cierto es que terminé bailando con ella.
Por primera vez desde hacía mucho tiempo, que no tenía tantas ganas de bailar con otra chica, siempre estaba el recuerdo de ella y el sueño casi imposible de volver a su lado, pero con la muchacha que tenía adelante era distinto. No quería equivocarme, no quería que solo fueran las ganas de olvidarla y de hacer desaparecer su recuerdo con uno nuevo. No quería que solo fueran las ganas de decirle que ya no ocupaba mis sentimientos.
Nos sentamos en una mesa y me di cuenta que ni siquiera sabía su nombre. Antonia pronunció.
Hablamos de todo y pude darme cuenta que podía conversar con ella por horas y de los temas más diversos, lo que siempre fue una de las cosas que siempre llamaron mi atención en una mujer.
La miraba y pensaba que era lo que me ocurría, porque esa chica provocaba en mí cosas que nunca pensé que volvería a sentir.
Le pregunté que iba a hacer el próximo sábado, y si estaba dispuesta a salir conmigo esa noche, su respuesta fue positiva y una sonrisa apareció instantáneamente sobre mi cara. Decidí que debía poner en práctica una de mis características principales, y la que más de alguna vez me trajo problemas, la de ser sincero y directo. Y fue entonces cuando sin tener ninguna excusa de por medio le pregunté:
-¿Te parezco atractivo?
Su respuesta no fue tan directa como esperaba, pero en sus palabras me decía lo que en el fondo necesitaba escuchar.
-Por algo voy a salir contigo el próximo sábado.
No necesité de nada más y un poco asustado y otro poco nervioso tomé de su mano, ella solo sonrió, entonces lenta y suavemente, casi sin que se diera cuenta, acaricie su rostro sintiendo la suave piel de sus mejillas y al ver sus ojos pude darme cuenta que si le daba un beso no encontraría resistencia alguna.
En ese instante mis labios se encontraron con los suyos y una emoción invadió mi cuerpo y mi espíritu, la miraba y sabía que algo especial estaba naciendo, tenía la mirada y rostro de una niña atrapada en un cuerpo de mujer, esa delicadeza al hablar procurando que todo a su alrededor fuese ternura y que al momento de besar desaparecía, dando paso a la lujuria y a la pasión.
Debo reconocer que desde que ella me dejó, había besado a otras chicas, pero siempre fue por la necesidad de buscar en otros labios los sentimientos que ella provocaba en mí, pero jamás los encontré.
Y allí estaba yo, con la emoción de un quinceañero, la misma emoción que no sentía desde que estaba con ella, y que por cierto nunca antes tampoco había sentido.
No quería que acabara la noche, quería hacer de ese momento algo que durara para siempre, después de todo ante mí estaba la mujer que había logrado hacerme olvidar de ella. Pero todo lo hermoso siempre acaba.
-Ya es hora de irme – me miró con una sonrisa angelical.
No encontré a mis amigos por ninguna parte y me fui del lugar sin saber de ellos.
Caminando de la mano y con la luna mirándonos de reojo, fuimos hablando de nuestras ideas, de nuestros proyectos y de nuestros sueños, y en cada palabra aparecía una sonrisa cómplice haciéndonos notar la semejanza de ellos en nuestras vidas.
Llegamos al lugar donde abordaría el colectivo, me dio su número y yo le di el mío. Tomó de mis manos y con una sonrisa se despidió con un beso que no olvidaré jamás.
Desde la ventanilla, y con el colectivo ya partiendo, me dijo que la llamara y que nos veríamos el próximo sábado, y se fue.
Rumbo ya a tomar la locomoción a mi casa, me sentí feliz pensando en que la volvería a ver, en que tal vez se transformaría en la mujer de mi vida y en que en esta muchacha podría estar la felicidad que tanto añoraba.
Pero me di cuenta que no estaba feliz por eso, porque el destino es tan cruel y manipulador que quizás nunca más me permitiría verla otra vez, o que tal vez en la próxima salida todo podría ser tan decepcionante que no me darían ganas de volver a verla y que el encanto podría haber sido solo fruto de la emoción del momento.
Estaba feliz porque había olvidado a ella.
Porque por primera vez desde hacía mucho no pensaba en ella al estar con otra, porque no pensaba en su opinión, ni en lo que pensaría, no pensaba en que quería estar con ella, ni mucho menos pensaba en querer darle un beso. Era feliz porque mi vida comenzaría a tomar un nuevo rumbo, en donde ella no sería el eje principal. Era feliz porque me estaba permitiendo mi felicidad antes que la de ella. Era feliz porque estaba pensando en mí.
Yo que pensaba que jamás la podría olvidar y hace una hora estaba olvidándola en boca de una mujer preciosa, yo que pensaba que jamás podría deshacerme del embrujo de sus ojos, y sin embargo había caído en los hechizos de una princesa salida de un cuento de hadas, yo que pensaba que su piel y sus besos nunca se apartarían de mí y ahora mi piel y mis besos se apartaban de ella.
Nada es eterno, me dije con una sonrisa en mis labios, que el amor me encuentre y me demuestre lo contrario, pensaba con tono desafiante. Albergando toda la alegría que mi corazón estaba sintiendo en ese momento.
Ahora por fin podría mirarla a la cara sin involucrar sentimientos.
Y mirando el mar que abrigaba la carretera que dirigía a mi hogar, con las luces de los cerros que me saludaban guiñándome un ojo, agradecía, no se si a Dios, al destino o a mi mismo, la felicidad y tranquilidad que estaba sintiendo, no por haber encontrado a alguien esa noche, sino más bien por haberme olvidado de ella.
|