¡Hay Marito donde te fuiste a encontrar con Miriam! Han pasado unos diez años desde que la dejaste de ver. Te sonrió y saludó amablemente. ¿Y qué esperabas? Ella es una joven educada (aunque ya no tan joven después de tanto tiempo). Y tú Marito trataste de ocultar mal la incomodidad. Hablaron sí, pero no como soñaste un sin fin de veces, más bien como dos personas que apenas se conocen en una conversación sin importancia. Te dijo que había vuelto a ver a pocos compañeros luego de egresar de la universidad, y tú le comentaste lo mismo, y así Marito bla bla bla bla sobre el clima, sobre las elecciones presidenciales, sobre todo Marito, menos sobre lo que te interesaba.
Tengo sed, dijo, y tú siempre muy comedido le dijiste que le invitarías un helado, ella aceptó y saliste a comprarle uno de lúcuma, su sabor favorito, todavía te acuerdas ¿verdad?. ¡Caray Marito no sólo recuerdas eso! Parece ayer no más, cuando pensabas que eran el uno para el otro, a ti también te encanta la lúcuma, la música trova, la poesía de Vallejo, el cine dramático, todo lo que le gusta a ella, hubiesen sido una conjunción perfecta. ¿Por qué? Eso le debiste preguntar ¿Por qué te rechazó? Habías desnudado el alma frente a ella; le contaste lo que sentías, aquella tarde soleada en el parque de la universidad, y no le interesó. Ni un solo gesto de sorpresa, de angustia, o tan siquiera de desprecio, nada por parte de ella, solamente un contundente “no” y el “espero que esto no afecte nuestra amistad” como una lanza clavándose en tu costado. Claro que no, le respondiste, y poco a poco te alejaste de ella para que no te dañara su desprecio. Tonto, tonto Marito, le dejaste de hablar; pero aún así ella no te tomó en cuenta, por lo menos, para un “¿qué te pasa?”; creyó, seguramente, que no era necesario.
Pensante que no le gustabas, que tu aspecto le desagradaba o que, tal vez, tu personalidad era sosa. Pero no era por eso, por supuesto que no, porque ella tuvo un novio feo y estúpido, después del incidente. Entonces ¿por qué Marito? ¿Por qué te despreció? Regresaste, le diste el helado, y ella te lo agradeció con la sonrisa más bella del mundo, que aún mantenía intacta. Hubo un poco más de conversación sin sentido y se abrió la puerta del consultorio, salió tu esposa Margarita, y te dijo que todo marchaba perfecto. Le presentaste a Miriam, una compañera de la universidad, dijiste, mucho gusto, dijeron ambas como en eco.
¿Cuántos meses tienes? – dijo Miriam.
Seis- respondió Margarita.
¿Y tú cuántos mese tienes?- agregó ella misma.
Cinco- contestó.
Trataste de apurar a tu esposa para salir Marito; pero no lo lograste, y ellas intercambiaron teléfonos, a fin de concertar una reunión y compartir datos sobre el embarazo.
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