Un hombre aburrido no lo es tanto si es un hombre que se procura sustos. Un rostro que palidece, unas ojeras que de pronto se aparecen en cuestión de segundos, unos ojos que saltan y unas pupilas que se estremecen, es la más cara de las aventuras para un ser que sólo anhela la parálisis. Se puede ser estatua y no dejar de indignarse nunca. Cada cien años, cada mil siglos, le acomete alguna sorpresa, alguna barbarie, algo que le procure el terror de sí mismo y a sí mismo. Una sonrisa – gesto tan ordinario – demuestra una escapada del infierno. Si los átomos fueran blancos yo los pintaría de negro. Si fuese estatua sería nocturna y sólo permitiría que me caguen encima los guácharos.
Es la luz lo que me molesta.
Me burlé de Pascal como no tienes ni idea. Lo dejé tranquilo cuando después de destrozarlo me di cuenta de que se armaba solo, se hacía solo a sí mismo. Lo dejé tranquilo. Veneraciones a Kant y los gestos apropiados, pero quiero llegar por otro lado, no me inquita Dios ni su absurdo ni su pedo lanzado en media noche. Me río, si me sale una baba blanca y me crecen los caninos soy capaz de quemar todos los libros del mundo. Quisiera haber muerto en una hoguera y recibido el manto negro. No me interesan las cosas físicas, me molestan a los ojos.
Así que para llevarme un buen susto y paliar todo este aburrimiento – la vida misma, linda, este estado tan no casa – me leí un librito titulado “El Universo y el Dr. Einstein” escrito por un tipo que sabe escribir de cosas de física (justo antes de saltar a Bolaño). Oye J: Yo creía que unas galaxias morían y nacían otras, por eso es que estaba tan tranquilo, y creía que lo mismo sucedía con las estrellas. Pero parece que no es así, parece que el Universo no se regenera, que todo se esté enfriando. Las galaxias más distantes aceleran su alejamiento. Parece que todo fue una vez y que ahora queda lo que queda y que sólo queda la decrepitud hasta el fundido en la nada, el momento lamentable en el que fatalmente el Universo se disuelva, como si todo hubiese sido un pedo misterioso lanzado en la noche y las moléculas dispersándose en la nada. Y yo creía que era todo como un jardín, que si una vez te vi volveré otra vez a verte, que si una vez te amé volveré otra vez a amarte; y que el olvido y la muerte eran como sumergirse en una laguna para salir de ella con la piel un poco más brillante. Y yo que creí que con saberte jamás te olvidaría y que mi única responsabilidad en esta vida era dejar en quienes amo una ligera sospecha, algo así como un pañuelo o un zapato encantado. Lo único que puedo hacer ahora aquí: un reflejo sobre una superficie enturbiada. Porque me convencí a mí mismo de que puedo sentir y hacer sentir pero estoy incapacitado para amar y un carro me parece un insecto (como lo sé y lo siento me convencí en secreto de que provengo de otra parte), así que si abro la puerta de un carro y te invito a pasar adentro para mí es como matarte, como permitirte ser devorada por un insecto y palidezco. No puedo ofrecer a quienes amo un mundo tan feo, sólo puedo dejar un olor difuso de mí mismo. “¡Cobarde!” me dirás “¡Muy bien puedo aguantar mil muertes!” “¿Qué te hace pensar a ti que nos veremos en un planeta primavera más cercano al corazón de la galaxia?” Te lo juro J, yo pensaba que todo se regeneraba constantemente, no sabía de la decrepitud fatal del Universo, de saberlo actuaría siempre de manera más desesperada, robaría dinero, violaría chicas hermosas, actuaría en la conciencia de que estoy viviendo los últimos segundos irrepetibles de todas las últimas oportunidades… sería como la gente, sería más hipócrita para conseguir los fines, yo te cojo y tú me cojes y ganaría el que muriese de último. No sabía, J. Creía que todo se regeneraba, que lo único sensato que yo podía hacer aquí era ahorrar energías para renacer en un mundo más bonito, que tenía sentido que tras de mi abnegación y sufrimientos aparentes se escondiese una risa tranquila, calmada y sabidora, conocedora inconfesa de la esencia del Universo.
No sabía que los segundos se pierden para siempre.
Destrozadas mis certezas.
De la Santidad he caído al patetismo a la velocidad de un simple pedo.
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