Lo sacaron de la galera, como a un conejo asustado de ojos tristes, para llevarlo hasta su gloria. Insistieron en esas dotes magistrales, haciéndolo impostor de sus propias jugarretas. Fue mago de lo inimaginable; pasión ante las masas; arquetipo entre los hombres; depositario de todas las benevolencias; ídolo; rey; inmortal; supremo. Mientras los muros de su inmadurez se desmoronaban en escalas progresivas. Hasta que después de tanto imaginar, perpetuando sueños y horizontes, aún no ha cesado la trágica pendiente de sus días...

Ana Cecilia. ©