Cuantas veces me habrán cagado?
Cuantas veces me quisieron cagar y no lo lograron?
Cuantas veces yo he cagado a alguien?
Caminando, caminando por la fría acera voy pensando sobre aquello.
Estafa, timo........ Palabras que corroen la existencia humana desde que el mono es hombre y hasta que el hombre vuelva a ser mono. Los abuelos de esos primeros monos también tuvieron que haberse cagado a sus similares.
Será que este mundo es de los vivos? Los despiertos y avispados que lucran material y emocionalmente a costa de los dormidos.
O será que somos muy huevones para no darnos cuenta en el momento que nos están cagando? (Hay personas que se dan cuenta cuando algo les parece sospechoso, pero irremediablemente caen en otro engaño)
Debe ser una mezcla de las dos cosas, otro trascendental dualismo.
El que estafa y miente siente un placer hacerlo. Sino sintiera placer, por remordimiento de su conciencia, la estafa no resultaría exitosa.
El placer es mayor después del sablazo.
No confío en mi dentista, que cada vez que voy me encuentra sospechosamente una caries nueva. Ni en el médico que me manda a hacer exámenes antes de saludarme (exámenes, por cierto, sin resultados positivos)
No confío en mi vecina que me mira provocativamente cuando no está su mal agestado marido. Me huele a turbiedad, no quiero morir en manos de otros.
No confío en mi novia que sale a bailar todos los fines de semana sin ni siquiera avisarme, y aparece en su casa al otro día en la tarde. Si no la llamo yo, no me llama. Y tampoco me cuenta detalles de sus fiestas misteriosas.
No confío en las suegras, porque mientras tu ganes dinero te muestran los dientes de manera sonriente pero si no estas trabajando te muestran los dientes como perros furiosos. Una especie de cabrona, según el turro de billetes que tengas, te presta a la hija sin complicaciones. Hay excepciones, claro está... Pero no me ha tocado ni una de esas viejas adorables.
No confío en los tarotistas, astrólogos, numerólogos, firmólogos, iriólogos, mojonólogos y todos esos logos. Ni en Ayún ni en Walter Mercado, ni en David Copperfield, ni en el mago Oli.
Ni en la Sultana, ni en la Zulma.
Tampoco confío en mi signo, ni en el tuyo.
No confío en la televisión, ni en los diarios, ni lo que dicen en la radio. Menos en los periodistas ni en los locutores, animadores, conductores, entrevistadores ni ascensores.
No confío en los cigarrillos, que aunque son placenteros, creo que están coludidos para matarme. Tampoco confío en los velorios ni funerales, ni en la gente que está llorando arriba del cajón, ni en las palabras de despedida. Más que mal sólo las pueden escuchar los vivos. El que está dentro del cajón nunca supo que se murió.
No confío en los santos, ni en la Biblia, ni en la iglesia, ni en el Papa, ni en los curas. Ni en las religiones, ni en Dios.
Él tampoco confía en nosotros. No confía ni en Él mismo, porque sospecha que sabe demasiado.
No confío en la tecnología, ni en los televisores que después de mandarlos a arreglar se echan a perder de nuevo, ni en los aparatos eléctricos en general. Ni en la electricidad, que si la tocas te mueres, ni en este maldito computador que me ha borrado lo que estaba escribiendo ahora. Se queda pegad
No confío en los autos Lada.
No confío en los chefs, ni en los restoranes, ni en los mozos.
Una vez trabajé de mozo y ví como salían los platos de esa inmunda cocina. No confío en los alimentos, la carne envasada verde, ni en los choros y pescados con marea roja, ni en las verduras con heces fecales. Ni en el chapsui de pollo con patas de insectos de restorán chino.
Ni en las sopaipillas con aceite reciclado de la vieja sebosa y gorda de la esquina.
No confío en los vendedores de helados ni en los payasos que se suben a las micros, ni en los payasos en general que esconden su repulsiva cara detrás de un repulsivo maquillaje.
No confío en los mimos. Creen que arreglan el mundo con sus idioteces, pero no se dan cuenta que lo complican más al traer ese silencio maldito a mis ojos.
No confío en el viejo del almacén que corta la mortadela y la pesa en la balanza electrónica, tipeando teclas al azar. Solo él sabe los precios.
Ni tampoco en su perro fino y maricón que levanta la pata sobre los sacos de papas que tiene para la venta.
No confío en mi perro ni en el tuyo que me mueve la cola lascivamente y que me ha mordido ya dos veces, ni en tu gato que me deja lleno de pelos cuando voy a tu casa. Ni en las malditas hormigas que se meten por doquier, ni en las mugrosas moscas. Ni en las arañas que de ellas se alimentan, pero si pueden inyectar su veneno en uno lo hacen.
No confío en esa paloma, que está parada en aquel cable telefónico esperándome a que pase por debajo para echarme una cagada en la cabeza.
No se puede confiar en los animales.
No confío en los supermercados, no confío en los guardias de seguridad, ni en la milicia, ni en los policías, ni en la justicia, ni en la política, ni en los políticos, ni en el presidente, ni en la oposición. Ni en las personas que buscan el poder gracias a sus lenguas de víboras.
No confío en los cajeros, ni en los empleados públicos que cada día están más a disgusto con su trabajo. Atienden pésimo.
No confío en mi jefe ni en mis compañeros de trabajo, por hocicones y cahuineros. No confío en el trabajo.
No confío en mis compañeros de universidad, ni de colegio, ni en los profesores, ni en las instituciones de educación.
No confío en el dinero, ni en los bancos, ni en los préstamos, ni en los vendedores que ante cualquier cosa te quieren estafar y encajar un producto o servicio de dudosa calidad. Es por esta razón que escribo, compré algo que no sé como se usa ni para que mierda sirve.
No confiaré en mis hijos porque cuando yo esté viejo dejarán de confiar en mí y terminaré en un asilo jugando ajedrez con alguno de ustedes. No confiaré en esa partida de ajedrez.
Confío aún en mis padres, pero ellos no confían en mí. Los internaré en una casa de reposo.
No confío en mi mente, ni en mi corazón. Me he equivocado muchas veces y siempre termino herido y triste. Me he caído demasiado, no confío en mis piernas.
No confío ni en mi propia sombra que me sigue a todas partes cosida a mí, de reojo veo como levanta un brazo para clavarme en la espalda un difuminado puñal.
No confío que lean este escrito tampoco.
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