Debo matar a mi mejor amigo, aquel que muchas veces me ha salvado de graves problemas... es como, o mejor dicho, un amigo, y uno de esos que son tan íntegros y leales, pero, tengo que matarlo, mandarlo al diablo... Y todo por culpa de dios, del corazón, o por culpa mía ya que estoy totalmente lúcido, veo mas allá de todo entendimiento, y por eso es que le hago caso al corazón que, hasta el día de hoy, nunca se equivoca...
Ya escogí el arma, es una Luger alemana. También escogí el lugar, el día, la hora. Sé muy bien su rutina laboral y su larga caminata rumbo hacia su casa en donde vive con su esposa y sus dos hijos. ¡Dios! ¡¿Por qué tengo que acabarlo?! Debo de estar loco, eso ni vuelta que darle.
Ahora que estoy caminando con la Luger en mi mano, una lluvia de recuerdos se apelmaza, formando una especie de materia y siento como si unas manazas trataran de ahogarme en el sopor, en la dejadez, en sus ruegos porque vaya a la cantina mas cercana y me pegue la borrachera de mi vida para olvidar toda esta locura que me embriaga… pero no, no puedo hacerlo. Es ahora, ahora, solo ahora, sí, ahora tiene que ser, y será bueno que lo concrete de una vez…
Ya me imagino su sorpresa al verme cuando me vea caminando por ese corredor solitario que está a cinco cuadras de su casa. Y casi le escucho preguntarse: ¿Qué ocurre, qué haces por aquí?; mientras aprieto la Luger escondida en mi saco, acercándome en silencio, con los ojos clavados en los suyos, casi sin sentir el aliento, sintiendo que algo como un calor, una nube gris nos envuelve y aleja de toda realidad en nuestro entorno…
Ya le veo cogiendo una piedra, un palo, empezando a retroceder, luego corre, y yo sé que huye así como las bestias porque ha olido a la muerte, a mí, a mi arma, a mí sed de apagar este tormento por acabar de una buena vez con su vida miserable… Le veo corriendo, y yo tras de él. Me detengo, apunto y disparo. La bala le ha hecho caer, y como un perro atropellado empieza a gemir. Me le acerco más. Le miro el rostro sudoroso, el cuerpo tembloroso, miserable, mientras una fuerza mas grande que yo, impulsa mi mano y dispara, dispara, dispara contra su cara, su pecho, su corazón… hasta sentir que no es mas que un trozo de carne con chorros de sangre… Me le acerco otro poco y empiezo a llorar en silencio. Me limpio la cara y parto a la carrera de aquel callejón, y mientras corro, veo los rostros de personas que me observan los ojos, pensando, o gritándome en silencio que soy un asesino. Y mientras mas me alejo, me siento mas tranquilo, como si hubiera escapado de una pesadilla, de un sentimiento de culpabilidad, y, como si fuera un globo de aire, me siento tan liviano que empiezo a flotar de alegría…
Todo sucedió tal como pensaba. Ya estoy en mi cuartillo, el arma está aún caliente a mi lado. De pronto siento que alguien sube las escaleras que llegan hasta mi cuartillo. Toca la puerta y pronuncia mi nombre… Abro la puerta. Es él. Son sus ojos negros como el fondo de un abismo, preguntándome si ya acabe con la vida de mi amigo, del mejor de mis amigos… Asiento con la cabeza. El sonríe como nadie, como si en sus labios se abriera la grieta de todos los dolores… Se da media vuelta y mientras baja las escaleras yo cierro la puerta de mi cuartillo, y empiezo a alistar todas mis cosas para largarme lo más lejos posible de este mundo…
Estoy en el otro lado del mundo, es un lugar donde no hay mucha gente pero he conseguido un trabajo sencillo cuidando ancianos. Pagan poco pero me da para pagar el alquiler de mi cuartillo y la comida. Es una vida simple, pero me he hecho amigo de un de los ancianos, aún así, muchas veces me siento vacío y aburrido… Todo seguiría igual sino fuera que nuevamente, mientras estaba en mi cuarto, he escuchado los pasos de alguien subiendo las escaleras. Toca la puerta y es él con sus ojos negros del color de un abismo… Me sonríe como nadie y siento que debo matar a un viejo amigo…
San isidro, marzo del 2006
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