Cae la tarde, y el manto de la soledad me envuelve.

Pasan las horas, y decido salir a caminar en busca de aire fresco que limpie mis pulmones cargados de nubes grises.

Observo ese vaivén de las olas frente a la costa, y pienso en los momentos de amor en que el mar observó sigiloso nuestros pasos.

Mis ojos, que a esta altura no contienen, dejan correr su pluvial riachuelo abastecido de la lluvia que cayó en mi corazón.

Miro al horizonte, y busco una esperanza que me de la fuerza de seguir mi camino.

De pronto, el cielo abre su cerrada tarde, y me doy cuenta que en mi vida si existe un motivo, una esperanza, un consuelo, un cariño, una luz, un amor..... un único amor, que luego de tantos caminos de tierra recorridos, al fin se clava como estaca en lo más profundo del reloj que en mi pecho decide hasta cuando latir.