Ya muérete

Desperté sin cerebro.
Cierta música de cabello largo y despeinado me rascaba el alma.
“A la izquierda, más, más a la izquierda. ¡Sí!”

Mi cerebro en el cenicero.
Lo que yo llamo corazón en el corazón del ataúd.
Faltaba sazón a mi cuerpo.
No importa.
No necesito neuronas para pensar.
Sólo quiero agua.
Agua virgen. Agua de su casa. Agua blanca.
“¿Sed?”
¡No!
Hay un rostro,
una máscara de sapo que no deja de observarme.
“¿Qué miras? ¿Me amas?”
“¿Qué ves? ¿Nunca viste a alguien sin sesos?”
Ya se por qué las ranas se extinguieron.
Pero a este bicho lo conozco.
(Y muy bien)
Pensé que ya te había besado un príncipe,
pues los besos de poeta no hacían más que empeorarte.
Veo que no.
Sigues tan anfibia como la noche anterior.
Qué gana mi hígado recordándote.
Qué pierdo quitándome el cerebro:
aire.
Perfume.
El Total perdió la cabeza.
Quiero ver el vacío hasta disfrazarme de silencio.