El espía

Sólo dame un kilómetro más, ¡por favor!. No hay caso. La bicicleta acaba de romper todo lazo afectivo conmigo, y ya no quiere ser mi cómplice en mis aventuras de puber. ¿Y qué hago? Ya no quiere avanzar. Son las 18:50, papá normalmente llega a las 19:00, ¡y yo con el maldito uniforme!. Y ahora qué hago...

En un acto de piedad, y como si estubiera viva, la bicicleta se digna a andar. No se le puede pedir más, a fin y al cabo es un favor el que me hace, y llevarme cuesta arriba no debe ser ningún chiste. Pobrecita...

Llegué. Miro al segundo piso, no ha llegado. Miro la escalera, va subiendo. ¡Qué atroz! Otra vez tendré que cambiarme de ropa en la calle. Como de costumbre, Jesús en la ventana, y me ve. Sabe que siempre que llego tarde tengo que hacer lo mismo. ¡Estos padres y su jodida represión!. Me mira desde su ventana, se ríe y me señala el hombro. Ok, gracias por avisarme, otra vez la blusa al revés. ¿Qué me pedirás ahora por tu silencio?