Son las siete de la mañana y la lluvia no se cansa de caer, el hombre esta en la cocina a media luz, con un mate amargo en mano y las pantuflas, que no alcanzan para cubrir el frío, no paran de arrastraste de un lado al otro sobre el suelo. Los ojos llorosos son el resumen de una noche sin sueño, su barba es de varios días y al cuerpo lo cubre con un buzo grande, sin remera. Esta sentado, inmóvil, en una mano el mate y en la otra una birome posada en un papel que todavía no prueba el sabor de su tinta, en su cabeza baya uno a saber que hay. Por fin se mueve, rasca su barba de 2 días a contrapelo y pasa su mano por el flequillo una y otra vez, la birome sigue ahí, congelada como su propio cuerpo, pero parece tranquilo, no se desespera, parece que esta situación fuera algo normal, algo que suele frecuentar.
Hay veces que los pensamientos parecen tan claros, que los sentimientos se trasladan a la cabeza sin escalas, tanto que uno pudiera explicar lo que siente con las palabras exactas, sin dejar dudas, sin quedarse inconforme. Esas palabras existen, sin dudas y él lo sabe, pero no las quiere escribir; las esta buscando en su interior, las dijo miles de veces, pero el solo echo escribirlas, de caer en la redundancia y la repetición le da asco. Tampoco soporta la idea de que no puede explicar lo que pasa dentro suyo, lo que lo hace vivir, lo que lo hace simplemente ser lo que es.
Segundo mate en mano, el tiempo sigue corriendo y la birome inmóvil parece reírse de él. Ya caminó alrededor de la mesa y hasta hubo una vaga idea que lo hizo correr repentinamente a la silla, pero no llego a poner la fecha, que ya había desestimado la chance de que todos sus sentimientos se explicaran en ella. Es que esto no se trataba de una frase, era mucho más ambicioso, era la explicación a todas sus sonrisas, era la explicación a aquellas madrugadas sin dormir por un sueño con ella.
La lluvia empieza a ceder su lugar y la claridad ilumina las innumerables nubes, necesita un poco de inspiración para desahogar la pena de no tener enfrente a la persona a la que le tendría que decir lo que quiere escribir con otras palabras. El mate, compañero de las primeras horas ha quedado a un lado y la radio portátil gana terreno chillando unos tangos del tiempo de antes. Las horas siguen pasando y él se mira en un espejo, se peina el flequillo una vez más, sus movimientos son lentos, los piensa, los programa, en realidad no quiere pensar en ellos, pero su mente esta confundida, está indignado, no puede creer que pueda vivir sin la existencia de un dios que lo domine, pero si que hallan mortales con ese poder. Que hallan personas que lo mantengan en ese hermoso vilo, en esa hoja en blanco que no le permite explicar porque se congela cuando entra en sus ojos.
El tiempo ya casi se agota, la mesa esta vacía, la casa luce un poco más ordenada pero sus ideas no, ella llega en cuestión de minutos y el seguirá con esa angustia de tener que mirar a sus ojos y repetir como tantas veces esas hermosas palabras.
El timbre ya sonó y el como un zombi se dirige a abrirle, ya se olvido de todo lo que tenía planeado decirle, la recorre con su mirada y la encuentra tan perfecta como siempre, tan sencilla y hermosa a la vez, como sus sueños la muestran. Al llegar a sus ojos encuentra la respuesta, allí esta esa misma mirada con la que sueña noche tras noche, se pregunta como hará, cual será su secreto para explicarlo todo con solo una mirada, para robarle suspiros y transmitir ese cariño que dan ganas de abrazarla hasta expolotar. Se da cuenta que la hoja en blanco no era un error, que en realidad debía mirarla a los ojos y volver a decirle que la amaba.
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