Estamos en el mundo para adquirir fuerzas, esto parece indubitable. Podemos adquirir fuerza propia, interna; o podemos obtener, exteriormente, una fuerza en relación a los demás. Tenemos aquí, entonces, dos tipos distintos de fuerzas. La lucha por la obtención del segundo tipo de fuerza requiere también de fuerza, es la lucha por el poder, requiere un tipo especial de comportamiento digno de consejos del tipo dado por Maquiavelo.
Pero el otro tipo de fuerza, la fuerza interna, que amerita otro tipo de lucha, está divorciada de los sueños del poder, y no es por debilidad – al menos eso creo – sino que se mueve en otra esfera, en una esfera de conocimiento ¿Y qué esfera puede haber, fuera del poder mundano, que amerite fuerza? Pues, creo que fuera del poder mundano todo amerita fuerza, porque es necesario ser sumamente fuerte para poder resistir al poder del poder mundano sin participar en él (piénsese en Tomás Moro, por ejemplo: fue lo suficientemente fuerte como para resistirse al poder mundano, pero, cuando su propio poder y el poder mundano entraron en una contradicción mutua, Moro fue aniquilado).
En realidad la lucha por el poder es un ejercicio para la obtención de fuerza. A menos que estemos hablando de un Santo que tome el poder para regular una situación y dar fuerzas, pero en este caso no sería un Santo, sería un Héroe o sencillamente un buen estadista o un buen legislador; o, siendo justos, sería el sacrificio de un Santo al cual nunca se le llamaría así. Aunque quizás lo fuera… si no tiene necesidades para sí y no usa el poder para satisfacerse.
Pero no sería un Santo (tendríamos que saber exactamente qué define la santidad y, si llegamos a la conclusión de que es meramente una fuerza interna, entonces poco importan las adopciones externas de su ser, porque siempre se movería en razón de su fuerza interna.)
Un Santo es otra cosa.
Un Santo Sabe. Un Santo conoce la Regla. Pero no conoce para controlar, sino para servirla. Y servirla significa que la Regla pueda darse a través de él. Y la Regla es Invisible. Un Santo es un ser que invisiblemente hace crecer. Un Santo es un ser Invisible. Ajeno a toda mundanidad, ajeno a toda competencia, ajeno a todo nombre, excluido de todas las cosas, irreconocible, y que sólo se aparece en los momentos en que debe aparecer y frente a quien debe aparecer y en la circunstancia en la que debe aparecer, en el momento que se forma frente a él… para luego desaparecer como si nunca hubiese existido, dejando tras de sí únicamente una señal en el corazón.
Otra vida él es capaz de darla, sin disciplinamientos, sin adoctrinamientos, sin confesiones de fe. La da en un segundo en el que su aura resplandece frente a quien puede recibirla (porque hace parte de otra existencia), la da en un segundo – es El Recuerdo – y luego se retira y no se sabe nada más de él.
Cuando Jesús le dijo a Pedro “Sobre esta roca construirás mi Iglesia” el Santo escuchó, entendió, algo muy distinto a lo que se dice que entendió Pedro. Sobre esa roca la Iglesia ya estaba construida, era el firmamento. Era una construcción para el intelecto. Era el mundo, la Iglesia era el mundo y era el firmamento. Era, en sí, el poder del Cosmos que nos envuelve. Era la santidad de la vida. Era esa sensación de sentido, belleza, comunión y totalidad (pero no todos podían entenderlo y hubo de construirse otra cosa). Era una oportunidad para darnos cuenta de que la Iglesia está hasta en el último granito de arena y no una cosa fuera de él negadora de existencias… La Iglesia ha estado hecha desde el comienzo del mundo. La Iglesia ha estado hecha desde antes del comienzo del mundo. Lo que hay que construir es el darnos cuenta, porque sólo eso indica la madurez de la cosecha.
Pero la lucha mundana por el poder tiene su lugar en el mundo, tiene una dolorosa razón de ser… tiene su cupo en el mundo. Tiene su Necesidad (que no es más que el derecho de los pequeños de absorber energía de los grandes mediante el uso y abuso de un sistema opresor, porque de otra manera no se les es posible obtener la suficiente energía como para crecer). El Santo habita la Iglesia real. Pero que obra tan maravillosa también es, darle al poder mundano, y a sus luchas intestinas por el control, el nombre de Dios… también.
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